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Ave María

Hace algunos años me encontré con una persona que, después de una larga crisis religiosa, buscaba de nuevo a Dios. Después de una larga conversación, me confesó que quería rezar. Hacía mucho tiempo que había abandonado toda práctica religiosa. Había olvidado el Padrenuestro. Tampoco recordaba ninguna otra oración. De pronto, el rostro se le iluminó «Tal vez... el Avemaría». Mientras recitábamos juntos la sencilla oración, vi que de sus ojos se desprendían dos lágrimas de alegría y emoción. Las grandes oraciones son siempre profundamente humanas y humildes. No son necesarias palabras complicadas ni frases sublimes. Lo importante es la fe con que se invoca.

El Avemaría, unida con frecuencia al rezo del Padrenuestro, es una de las oraciones cristianas más populares. Consta de tres partes. La primera está tomada del anuncio del ángel a María. «Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo.» La segunda evoca las palabras de alabanza que Isabel dirige a María: «Bendita eres entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre.» La última parte es una invocación medieval de origen incierto: «Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte.»

Cada uno sabe cómo y por qué caminos discurre su vida, pero siempre es bueno encontrarse con María. Ella es Madre de Dios y también nuestra. No necesitamos defendernos ni dar explicaciones. Ella es nuestra Madre. Conoce nuestro corazón cansado y, tal vez, nuestra vida rota o desquiciada. Conoce nuestros errores y nuestra mediocridad. En María, llena de la gracia de Dios, siempre encontraremos el amor y el perdón del mismo Dios. Unidos a tantos hombres y mujeres, podemos también nosotros invocarla con humildad: «Ruega por nosotros, pecadores.»

María nos acompaña siempre. En los momentos gozosos y en los difíciles. Podemos contar con su protección maternal en la depresión y en la enfermedad, en la soledad o en el fracaso, en el miedo o en el pecado. Invocamos su ayuda «ahora», en el momento en que pronunciamos la oración, y también para «la hora de nuestra muerte» siempre desconocida, pero siempre más cercana.

«Alégrate». Es lo primero que María escucha de Dios, y lo primero que hemos de escuchar también nosotros. «Alégrate»: esa es la primera palabra de Dios a toda criatura. En estos tiempos, que a nosotros nos parecen de incertidumbre y oscuridad, llenos de problemas y dificultades, lo primero que se nos pide es no perder la alegría. Sin alegría, la vida se hace más difícil y dura.

¿No necesitamos despertar en nosotros la confianza en Dios y la alegría de sabernos acogidos por él?”

José Antonio Pagola

 

 


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