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La fe del que busca

Estoy leyendo un estudio que me envía un amigo teólogo sobre la búsqueda religiosa de Miguel de Unamuno. Ha sido un verdadero regalo de Navidad, pues me ha ayudado a entender mejor el camino que lleva hasta el Dios nacido en Belén. Explicaré por qué.

Con toda honestidad explica Unamuno su mundo interior: «Maté mi fe por querer racionalizarla», «perdí la fe pensando mucho en el Credo y tratando de racionalizar los misterios». Pero no es esto lo que más le aleja de Dios, sino otra enfermedad que Unamuno sabe diagnosticar con lucidez: «Estoy enfermo y enfermo de yoísmo». «Tengo que vencer ese oculto orgullo, esa constante rebusca de mí mismo, ese íntimo y callado endiosamiento.»

Pero lo grande de Unamuno, lo que lo eleva sobre la actual indiferencia y frivolidad religiosa, es su búsqueda sincera. Cuando desde Chile le llega la noticia de que algunos se preguntan cuál es la religión del señor Unamuno, ésta es su admirable respuesta: «Mi religión es buscar la verdad en la vida y la vida en la verdad... mi religión es luchar incesante e incansablemente con el misterio.»

Don Miguel expone con claridad su lucha interior: «Con la razón buscaba un Dios racional, que iba desvaneciéndose por ser pura idea... Y no sentía al Dios vivo, que habita en nosotros.» Desnudando aún más su alma, nos hace esta conmovedora confidencia: «Al rezar reconocía con el corazón a mi Dios, que mi razón negaba.»

Durante los años 1897-1898 conocerá Unamuno sus angustias más íntimas. Le horroriza terminar en la «nada». Ya no sabe si cree o sólo quiere creer. En medio de la crisis más violenta toma una decisión: «Entonces me refugié en la niñez de mi alma... Y hoy me encuentro en gran parte desorientado, pero cristiano y pidiendo a Dios fuerza y luz para sentir que el consuelo es verdad.» No es la primera vez que Unamuno recurre al «niño que lleva dentro» para encontrase con Dios. En su Diario poético había escrito estos conocidos versos: «Agranda la puerta, Padre, / porque no puedo pasar. / La hiciste para los niños, / y yo he crecido a mi pesar. / Si no me agrandas la puerta, / achícame por piedad; / vuélveme a la edad bendita / en que vivir es soñar.»

En el trasfondo de la Navidad resuena una queja inquietante: «La luz brilló en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron... La Palabra vino al mundo, y el mundo no la conoció» (Juan 1, 5. 9-10). A Dios se le acoge no con orgullo de adulto, sino con fe sencilla de niño; no con razón autosuficiente, sino con el corazón humilde de quien busca la verdad.

Palabras del Papa Francisco para este tiempo de Navidad: “El mensaje que todos esperamos, que buscamos en lo más profundo de nuestro ser, no es otro que la ternura de Dios. La respuesta del cristiano no puede ser más que aquella que Dios da a nuestra pequeñez” Y nos pregunta: ¿Cómo acogemos la ternura de Dios?. ¿Permito a Dios que me quiera? 

¡Cuánta necesidad de ternura tiene el mundo de hoy.”

José Antonio Pagola

 

4 de enero de 2015

2 Domingo después de Navidad (B)

San Juan 1, 1-18 

 


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