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20.

Waorani

Libres como el jawar – esclavos del petróleo

El problema tagaeri-taromenani es espinoso. Se trata de hechos consumados, propios de una mala democracia. El grupo tribal está diezmado y casi exterminado por la última de las tantas masacres, llevada a cabo el 28 de Marzo del 2013 en las selvas del Parque Nacional Yasuní. Su territorio está amenazado y en parte ocupado por petroleras, colonos, grupos de nativos shuaras, kichwas y algunos waorani que se han unido a los mestizos. Los waorani se han acomodado a la nueva convivencia, que les permite tener bienes de consumo del mundo occidental y adquirir aparatos electrónicos que parecen tener vida propia y que tanto les fascina.

La modernidad les ofrece multitud de objetos mágicos que le igualan al blanco. ¿Se imaginan que así empiezan a formar parte de su mundo? A partir de la entrada en ese mundo maravilloso, la rueda mágica les arrastra en su giro vertiginoso sin fin: se necesitan celulares y computadores para el chating, electricidad, ropa de calidad, cosméticos, cash para el supermercado del Coca. No se puede vivir sin dinero. El shock que para un niño indígena de la selva supone la jungla humana de la ciudad, se transforma en pura fascinación unos años más tarde cuando salen del poblado y se acostumbran a vivir entre dos mundos.

La plata fácil se ha apoderado de su cultura y de su pensamiento, los diluye como una mota de sal cristalina en un vaso de agua. Inconscientemente se juegan todos los valores de su cultura y de la naturaleza por un puñado de dólares. El billete verde es el nuevo dios, su dignidad y su honra. Su templo es el espacio donde se asientan las petroleras y algunas ONGs románticas que les construyen elegantes oficinas iguales a ellas. Los convenios petroleros y los arreglos con la variedad de instituciones estatales que se ocupan de ellos son perjudiciales para los pueblos indígenas; “la expresión del mayor desprecio que las empresas petroleras y gubernamentales sienten por los más antiguos habitantes del Ecuador” está escrito y pactado en esos papeles: Les sientan en divanes, en torno a las mesas de caoba negra de los salones presidenciales y gubernamentales y en las salas bien provistas con comidas y bebidas de todas clases en los campamentos petroleros de la selva, disfrazados de ingenieros, vestidos de overoles azules y casco blanco con los que bromean como amigos entrañables. ¡Un día se irán sin decirles adiós!.

 Aunque también han sido víctimas de brotes de hepatitis, paludismo, tuberculosis y dengue. Enfermedades desconocidas para ellos y ahora tratadas por brigadas médicas del MSP. Son testigos también, del derrumbe de su selva milenaria por enormes carterpilars y de la entrada de nutridos grupos de trabajadores ajenos, que invaden sus territorios, suyos desde tiempos sin memoria. Están viendo cómo, en los últimos años desde que vinieron las petroleras y la colonización sus tierras se van reduciendo progresivamente. Muchas veces estos grupos guerreros han saltado a las primeras páginas de los periódicos, en el 2003, 2006, 2008, 2009, 2013 en una guerra sin cuartel de lanzas contra escopetas, con madereros, misioneros, militares, petroleros y colonos. Enormes gigantes Goliat contra un tan pequeño David, tildado de salvaje, sanguinario, de “perro que vienes a mí con un palo”(1 Sam. 17, 41-44)

El waorani de reciente contacto, sigue perteneciendo a una sociedad natural, culturalmente unitaria del típico pensamiento acción-reacción, a la que se ha sobrepuesto otra sociedad extranjera de propuestas ininteligibles y responsabilidades contradictorias, pero eficaces. Ante este choque brutal no atinan a saber cuál es su lugar, a qué normas acomodarse ya que para ellos resultan rápidas, violentas e impuestas. Están intentando sin éxito una nueva identidad ciudadana. En sus modos de vida y pensamiento cultural comunitario siguen, sin embargo vigentes la tradición de vengar injusticias del clan y defender el honor tribal ofendido: de no hacerlo se hunde su mundo espiritual y se rompe su autoestima de guerreros “libres como el jawar”.

Al faltarles la plata que la obtenían por convenios paternalistas establecidos (“pro bono pacis”) y conveniencia de la petrolera; pero que por la ausencia prolongada de las empresas que interrumpen inesperadamente los trabajos, o por decisión inconsulta del Estado que exige a la petrolera cortar todo tipo de convenios y proyectos de desarrollo “asistencialistas” con los grupos indígenas de su bloque, la presencia de la empresa kowori pierde sentido y comienzan los roces y conflictos. El waorani se siente explotado, engañado y piensa que los donativos que recibían eran una excusa para distraer su atención mientras ocupaban su territorio para la explotación petrolera.

Debido a esa dependencia ficticia de la compañía y al aceptar ahora el cambio de nuevas presencias, dádivas y relaciones de dependencia de parte del Estado y sus instituciones que reemplazan a la empresa petrolera, el waorani aplica la misma exigente relación anterior. El Estado, la petrolera, los gobiernos seccionales, ONGs son vistos desde su cultura como campos de cacería donde obtener presas fáciles y sustanciosas. Así después de la visita de las autoridades (Presidente de la República, ministerios, gobernadora...) la comunidad waorani de Dikaron-Yarentaro ha pedido, entre otras cosas, la ciudad y colegio del milenio, trabajo y sueldo de ingeniero, deslizadores rápidos, canoas a motor individuales y comunitarias, pequeños autobuses, casas de cemento……

Uno de los jefes de la comunidad waorani de kawimeno (río Yasuní) se ha hecho construir una casa de cemento de tres pisos. De los tejados de las casas de bloques, donadas por las petroleras se levantan sofisticadas antenas de televisión para no perderse ninguno de los culebrones de las telenovelas nacionales y para captar programas vía satelital. Algunos waorani disponen de refrigeradores y cocinas de inducción. Se pueden encontrar en sus poblados y casas desde un águila arpía, hasta carne de sajino y wankana, junto a botellas de coca-cola, cantidad de alimento enlatado chatarra y basura. Hay que ceder ante las insistencias de los propios indígenas, mal socializados por intereses egoístas inmediatos de los relacionadores comunitarios. Los más jóvenes quieren la plata sin trabajar de las compañías para seguir comprando video-juegos, tabletas e inútiles teléfonos móviles de última generación con las que toman fotos y hacen películas.

Los dirigentes viajan por todo el mundo con sus atuendos de plumas de papagayo y “pajuil” y su look exótico, aunque tengan que soportar la presencia de las compañías, algunas ONGs y la contaminación de sus ríos durante muchos años más. Ha llegado a sus comunidades la corrupción, el alcoholismo y la prostitución. Ahora hay ricos y pobres en una sociedad que había sido igualitaria desde el origen de los tiempos y comenzaron a aficionarse a la cerveza. La disyuntiva consiste en asimilarse y perder la identidad o dejarse morir, como tantos millones de indígenas sudamericanos en los 6 siglos desde la conquista occidental.

La visita del Sr. Presidente de la República y su séquito de funcionarios a Dikaron-Yarentaro poco después de la masacre descrita en “Una Tragedia Ocultada” fue emblemática: Se hicieron promesas injustificables y se aceptaron compromisos que luego no se cumplieron. Se presentó al Sr. Presidente un show. Se le regaló una lanza taromenani, se estrecharon manos y se entregó un pliego de peticiones de manos de los que participaron en la partida de exterminio. Para la comunidad todo estuvo bien. Se creó un clima de impunidad como en ocasiones anteriores, como si se hubieran ganado un título de nobleza guerrera definitivamente. “Entonces yo me quedé tranquilo, porque la cultura de los de afuera es diferente”. No se les dio ideas para pensar lo contrario. ¡Aquí no pasó nada!

A las pocas semanas, al mejor estilo “rambo”, una patrulla aéreo transportada de militares, guiada por dos waorani que trabajan con la fiscalía, entró en el poblado de Dicaron y se llevaron a la niña taromenani, Conta, que asistía a las clases de la escuela, en medio del terror de toda la población, a la que cogieron por sorpresa. También apresaron a 7 Waorani que participaron en la matanza y los condenaron en el Coca por genocidio, internándolos en la cárcel de “alta seguridad de Lago Agrio”. Sin mayores explicaciones, 5 siguen presos en el CDP del Coca, dos escaparon y la mayor parte hasta 17 siguen libres en la selva. Tienen que pagar con su dinero a un abogado nada confiable para que los defienda ante la fiscalía que les acusa de genocidio. ¡“Alea yacta est”! (La suerte está echada.)

 

Achakaspi

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