instagramicon twitericon facebookicon googleicon googleicon

 

LA VIDA CONSAGRADA

CONSAGRACIÓN: HISTORIA Y PRESENTE

 

Biblia

Desde el Bautismo, Dios nos ha consagrado para Él, que ha establecido una alianza de amor con cada uno, nos ha dicho que somos suyos, pueblo de su propiedad para anunciar sus alabanzas (cf. 1Pe 2,9). Después, en algún momento de nuestra vida, Jesucristo nos ha elegido para ser sus seguidores y para compartir con nosotros su estilo de vida casto, pobre y obediente para así estar totalmente consagrados a Dios y a la humanidad. No somos nosotros quienes han elegido a Jesús, es Él quien nos eligió para salir y dar frutos (cf. Jn 15,16).

En las Escrituras del Antiguo Testamento encontramos diferentes llamados: el de Abraham, Moisés y el de los Profetas. Cada uno de estos personajes bíblicos es convocado por Dios para darle una misión específica en favor de su Pueblo. Dios llama para enviar a su elegido al pueblo oprimido y esclavizado (cf. Ex 3, 7-10), al pueblo que ha perdido el rumbo y se ha confundido con otros dioses (cf. 1Re 18,21; Is 7, 8-10; Jr 1, 5.16); al pueblo que es infiel y no observa más los dictámenes del Señor (cf. Ez 16, 15-19; Os 11, 1-2); al pueblo que es incoherente pues ofrece sacrificios a Dios descuidando la justicia social (Am 5, 21-24; Is 58, 1-6).

En el Nuevo Testamento Jesús llama a sus seguidores para que estén con él y para enviarlos a predicar (cf. Mc 3,14); los llama para ser dadores de paz y hacer presente el Reino de Dios a través de acciones concretas que benefician a los demás (cf. Lc 10, 5.9); para luchar contra el mal que acaba con el ser humano y para curar toda enfermedad y dolencia en la vida de las personas (cf. Mt 10,1); para que amen como él ama (cf. Jn 13, 34); para que vayan por todo el mundo a predicar la Buena Nueva que él ha traído, para que enseñen todo lo que él ha dicho y hecho, para que den a conocer el rostro de Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo (cf. Mc 16,15; Mt 28,19). El suyo es un llamado para beneficiar a la humanidad, para que ésta no se pierda en la inmanencia sino que trascienda hacia la grandeza del Reino.

La consagración religiosa es “un contrato” entre Dios y la persona llamada por Él, es un acuerdo tomado y vivido en libertad, alegría y entrega generosa; es una comunión de voluntades y de “sueños”. En la consagración religiosa hacemos nuestro el “Sueño” de Dios, es decir, su Plan de Salvación, de felicidad, de plenitud para la humanidad y el Cosmos, así como lo hizo Jesús, “aquel a quien el Padre ha consagrado y enviado al mundo” (Jn 10,36). Jesús se consagra a Dios totalmente, de tal manera que su voluntad, libertad, tiempo y todas sus actividades están dedicados a Él:

“Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra (Jn 4,34); yo no puedo hacer nada por mi cuenta…no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado (Jn 6,30); yo vivo por el Padre (Jn 6,57); mi Padre trabaja siempre, y yo también trabajo” (Jn 5,17).

En estos pasajes del Evangelio de San Juan notamos esa dedicación total de Jesús al Padre, a su Plan de bien para el mundo. Jesús, el Consagrado, se da completamente a Dios, sin reservar nada para sí. Su cuerpo y todas sus potencias son ofrecidas a su amado Padre con quien vive una profunda comunión de amor: “El Padre ama al hijo” (Jn 3,35); el Padre está en mí, y yo en el Padre (Jn 10,38); yo estoy en el Padre y el Padre está en mí (Jn 1 4,11). Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros” (Jn 17,21). Dedicación total.

Surge la vida religiosa

El estilo de vida de Jesús fue apreciado por hombres y mujeres de la Iglesia de los primeros tiempos; la radicalidad de su castidad, pobreza y obediencia fue abrazada por aquellos que se alejaron al desierto y por quienes iniciaron a vivir en comunidad. Desde entonces, se ha demostrado tener un llamado de parte del mismo Dios para comunicarse con Él, para penetrar en su intimidad a la manera de Jesucristo.

La vida religiosa hoy

En esta era de cambios marcada por el secularismo, el hedonismo y el materialismo la vida religiosa tiene que ser ese grito profético que presenta un estilo de vida alternativo para humanizar y divinizar el mundo. Las personas consagradas debemos tener el valor de no dejarnos seducir por el modus vivendi del mundo, y de intentar ser fieles a la inspiración primera que hizo que la vida religiosa existiera. Este estilo de vida nació como profetismo contra la acomodación de la Iglesia al ambiente que la rodeaba en los primeros siglos del cristianismo. Pregunto, ¿sigue siendo la vida religiosa una voz profética en el mundo y dentro de la Iglesia? ¿Se ha acomodado ésta también a las corrientes del mundo?

Hay que retornar al pasado para recuperar el amor radical por el Evangelio y evitar así comprometerlo con esquemas institucionales que restan profecía a la vida religiosa. “Muchos teólogos afirman que la VR católica se halla en una situación de cautividad institucional. Siendo ella, por naturaleza, claramente carismática la institución eclesiástica oficial logró encuadrarla en férreos marcos jurídicos canónicos, privándole de libertad profética”[1].

Ante todo, la Vida Religiosa se inspira en la persona de Jesús de Nazaret, quien jamás permitió que la institución religiosa de su tiempo lo encuadrara. El profetismo que le venía de Dios no se alió con los grupos religiosos y políticos existentes: fariseos, escribas, saduceos, sacerdotes, esenios. Jesús no comprometió su misión profética y salvadora. Es a los Evangelios donde tenemos que regresar, y también al ejemplo de los anacoretas y cenobitas primeros, así como al de los mendicantes. Entre estos últimos tenemos el gran ejemplo de San Francisco de Asís cuya vida fue una voz profética contra la riqueza de la Iglesia, aunque vale remarcar que su voz no fue de amargura y de resentimiento, sino de amor verdadero.

¡Hay que rescatar el profetismo de la Vida Religiosa! No podemos permitir caer en el aburguesamiento y en el estancamiento. Probablemente si la Vida Religiosa se hace más profética en el tiempo presente las vocaciones a este estilo de vida aumentarán. Cuando la vida consagrada se estanca y se acomoda no puede ya atraer a nadie porque ya no revela la grandeza del Evangelio sino sólo una institución que va en decadencia.

Hay un apotegma de los padres del desierto; helo aquí: Preguntaron a un anciano: “¿Cuál es el trabajo del monje? Y él contestó: “El discernimiento.” Sí, el discernimiento sigue siendo la labor de la Vida Religiosa, pues con éste podemos ver qué clase de espíritu mueve hoy a la vida consagrada, sus luces y sombras, las debilidades, las carencias y el estancamiento de este estilo de vida. El discernimiento es el proceso que nos lleva a hacer distinciones cuidadosas sobre la verdad. Con esta herramienta podemos también escuchar la voz del Espíritu, que ha suscitado los diversos carismas fundacionales, para que nos indique hacia dónde tenemos que avanzar según los retos presentados por la realidad eclesial y mundial actual.

Las Escrituras nos exhortan a saber discernir en nuestra vida cristiana: “No extingan el Espíritu; no desprecien las profecías; examínenlo todo y quédense con lo bueno” (1Ts 5,21). “Queridos, no crean a todo espíritu, sino prueben los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido del mundo” (1Jn 4,1). En la VR el discernimiento no puede faltar; éste no puede ser sólo una opción sino un requisito para ir purificando este estilo de vida que es llamado a transparentar la vida de Jesucristo en el mundo.

Hoy la VR está llamada a permanecer dentro del mundo y de la Iglesia para, desde ahí, ser profecía transformadora, según los valores evangélicos. Indudablemente tenemos que rescatar “el desierto” que se encuentra en el interior del ser e ir allí para encontrarnos en la intimidad con Dios, para escuchar sus enseñanzas y su voluntad y así poder llevarlas a cabo fuera.

No estamos consagrados para ofrecer justicia, paz, liberación, sino al Dios de la justicia, de la paz y de la liberación. Muchos en el mundo ofrecen cosas buenas y loables, pero nosotros ofrecemos al Dios de las cosas buenas y nobles. Sólo yendo “al desierto” podemos enriquecernos de Él para darlo a los demás. El mismo Dios nos conduce a un lugar solitario para alejarnos del ruido, de la superficialidad, de la comodidad aburguesada: “Por eso voy a seducirla; voy a llevarla al desierto y le hablaré al corazón. Allí le daré sus viñas, convertiré el valle de Acor en puerta de esperanza; y ella responderá ahí como en los días de su juventud” (Os 2, 16-17).

Cristo enviado por el Padre para redimir al mundo, es el Artífice principal de la Misión y la continua en el tiempo suscitando incesantemente, con la fuerza el Espíritu, nuevos colaboradores y ministros del Evangelio.

Dándonos el espíritu misionero que Lo había animado, se sirve de nosotros como instrumentos para conducir a las personas y pueblos a la fe y nos reserva exclusivamente para la obra de la evangelización. (AG 23)

No podemos permanecer tranquilos si pensamos en los millones de personas, redimidos también por la sangre de Cristo, que viven sin conocer el amor de Dios.(RM 86)

En la acción evangelizadora empleamos nuestras mejores energías de mente y corazón para realizar los ministerios que competen a personas consagradas para el anuncio del Evangelio y que enriquecen y refuerzan el dinamismo de la Iglesia

Mirando la realidad actual

Nos encontramos en una realidad de grandes cambios, que tiene un alcance global y que afecta a todos: a la vida social, política, cultural y religiosa; la tecnología y la economía dominan el centro de la vida del hombre, “que no siempre revelan sino que también ocultan el sentido divino de la vida humana redimida en Cristo” (DA, 35). Muchos expertos dicen que la realidad actual conlleva una crisis de sentido, alimentada también por algunos medios de comunicación los cuales, más que crear un sentido unitario de la existencia humana la dispersan y la distraen; más que informar, desinforman.

“Vivimos un cambio de época, cuyo nivel más profundo es el cultural. Se desvanece la concepción integral del ser humano, su relación con el mundo y con Dios” (DA, 44). Cuando la persona pierde la concepción integral de su ser se concibe parcialmente y no en su totalidad; se cree sólo cuerpo olvidando que posee un alma; o se interesa sólo por el espíritu descuidando sus capacidades mentales y físicas; se pierde el equilibrio a detrimento de la persona misma y de la sociedad.

El proceso histórico de secularización se deja sentir en el hoy fuertemente; este proceso ha conducido a la justa autonomía de la cultura, la política, el Estado, la vida social delante de la Iglesia que en el pasado lograba controlar todas estas realidades. La secularización ha independizado estos ámbitos de la religión y esto es positivo; sin embargo, este proceso tuvo también otro resultado: el secularismo, que aboga para que las realidades humanas sean absolutamente independientes de Dios y la ética cristiana; Dios debe ser excluido de la vida personal y social, así como de las leyes del Estado. El secularismo impregna las culturas y debilita la vida cristiana y la familiar; esto se constata hoy. “El proceso de secularización tiende a reducir la fe y la Iglesia al ámbito de lo privado y de lo íntimo. Además, al negar toda trascendencia, ha producido una creciente deformación ética, un debilitamiento del sentido del pecado personal y social y un progresivo aumento del relativismo, que ocasionan una desorientación generalizada, especialmente en la etapa de la adolescencia y la juventud, tan vulnerable a los cambios” (EG, 64).

El relativismo está también a la orden del día, así como el individualismo, y la búsqueda de placer. Estas realidades se introducen también en la vida de los discípulos y misioneros de Jesucristo. Relacionado con el relativismo el Papa Francisco dice: “Se desarrolla en los agentes pastorales, más allá del estilo espiritual o la línea de pensamiento que puedan tener, un relativismo todavía más peligroso que el doctrinal. Tiene que ver con las opciones más profundas y sinceras que determinan una forma de vida. Este relativismo práctico es actuar como si Dios no existiera, decidir como si los pobres no existieran, soñar como si los demás no existieran, trabajar como si quienes no recibieron el anuncio no existieran. Llama la atención que aun quienes aparentemente poseen sólidas convicciones doctrinales y espirituales suelen caer en un estilo de vida que los lleva a aferrarse a seguridades económicas, o a espacios de poder y de gloria humana que se procuran por cualquier medio, en lugar de dar la vida por los demás en la misión. ¡No nos dejemos robar el entusiasmo misionero!” (EG, 80).

¿Qué decir de la economía? El sistema económico actual está empobreciendo a millones y beneficiando a pocos. Los mercados poderosos absorben a los pequeños; el más fuerte acaba con el débil. La política económica no mira por el bien general sino por el de unos cuantos: “La dignidad de cada persona humana y el bien común son cuestiones que deberían estructurar toda política económica, pero a veces parecen sólo apéndices agregados desde fuera para completar un discurso político sin perspectivas ni programas de verdadero desarrollo integral. ¡Cuántas palabras se han vuelto molestas para este sistema! Molesta que se hable de ética, molesta que se hable de solidaridad mundial, molesta que se hable de distribución de los bienes, molesta que se hable de preservar las fuentes de trabajo, molesta que se hable de la dignidad de los débiles, molesta que se hable de un Dios que exige un compromiso por la justicia” (EG, 203).

Concluyendo podemos decir que la vida religiosa tiene grandes retos que enfrentar: “En un mundo que muchas veces busca ante todo el bienestar, la riqueza y el placer como objetivo de la vida, y que exalta la libertad prescindiendo de la verdad sobre el hombre creado por Dios, vosotros sois testigos de que hay una manera diferente de vivir con sentido; recordad a vuestros hermanos y hermanas que el reino de Dios ya ha llegado; que la justicia y la verdad son posibles si nos abrimos a la presencia amorosa de Dios nuestro Padre, de Cristo nuestro hermano y Señor, y del Espíritu Santo nuestro Consolador”[2].

Como consagrados y misioneros nos insertamos en la vida y la realidad del pueblo, mediante iniciativas de promoción humana y formación cristiana contribuyendo al desarrollo integral de la persona oprimida por la ignorancia, el hambre, las enfermedades y la injusticia y no ahorramos esfuerzos para que tome conciencia de su dignidad y mejore su situación (EN 33)

Nuestra época, con la humanidad en movimiento y búsqueda, exige un nuevo impulso en la actividad misionera de la Iglesia. Los horizontes y las posibilidades de la misión se ensanchan, y nosotros los consagrados estamos llamados a la valentía apostólica y misionera, basada en la confianza en el Espíritu ¡Él es el protagonista de la misión! (RM 30)

 

LOS CONSEJOS EVANGÉLICOS EN LA VIDA RELIGIOSA

Como consagrados vivimos para la misión que es una iniciativa del amor gratuito de Dios que nos llama a los que quiere para configurarlos con Cristo y enviarlos a anunciar a los pueblos la Buena Nueva.

Dóciles a la acción del Espíritu, respondemos con plena libertad a esta invitación, nos comprometemos a vivir el Bautismo de forma radical y nos disponemos al seguimiento de Cristo para continuar en el mundo su misión evangelizadora. (LG 44; PC 5)

Castidad

La finalidad de la castidad es la dedicación total al Reino; libremente renunciamos a la posibilidad de formar una familia y a dedicarnos a otras cosas para dar todo el tiempo y todo el ser a la construcción del Reino de Dios aquí en la tierra. Es decir, la castidad está al servicio del amor, de la justicia, la paz, la solidaridad, la verdad, de la vida. Definitivamente la castidad no es una vivencia camuflada de egoísmo, de huida del mundo, de miedo a otras opciones de vida, al contrario, está revestida de libertad, de alegría, de serenidad y de gozo profundo.

La castidad por el Reino nos libera de otros compromisos y ensancha nuestro corazón en el amor para que éste sea capaz de acoger en su interior los “gozos y las esperanzas, las alegrías y sufrimientos” de la gente (cf. GS, 1) a la que Dios ama y por la que ha entregado a su Hijo Jesucristo. La castidad ennoblece al corazón y hace de él una tienda habitable, amplia y acogedora, como el Corazón de Jesús.

Jesús de Nazaret es el casto por excelencia: abrazó la castidad como estilo de vida dedicado enteramente al Padre y a la humanidad. Su castidad es un anuncio profético y escatológico sobre el Reino: “Cuando resuciten de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, sino que serán como ángeles en los cielos” (Mc 12, 25). Él abrió el camino que anuncia una manera nueva de vivir aquí y en el Futuro. Como consagradas, seguimos al Consagrado que vivió casto por el Reino de Dios.

Más que el miedo de no ser castos, debemos tener miedo de que el corazón se atrofie por no querer amar y por encerrarse en sí mismo.

En el mundo actual la castidad es profecía contra el hedonismo que busca el placer exagerado y narcisista, que se olvida de los pobres y de comprometerse por un mundo mejor. Con la castidad, las personas consagradas decimos al mundo que sí es posible amar desinteresadamente y con una dedicación total, que sí es posible dedicar el tiempo, las fuerzas, la mente, el corazón y el cuerpo a Dios y a los demás.

Pobreza

Se sigue poniendo en tela de juicio el significado del voto de pobreza de la vida religiosa, sobre todo en el aspecto material ya que la mayoría de las congregaciones religiosas lo tenemos todo. “¿No es una contradicción el voto de pobreza de los religiosos refugiados en órdenes y congregaciones ricas, viviendo en edificios suntuosos, libres de preocupaciones como el salario, compras, deudas, costos del tratamiento de la salud o del alquiler?”[3]. ¿Podemos seguir hablando de pobreza cuando sabemos que ésta es un mal de la injusticia social y que inclusive luchamos por erradicarla? Es necesario actualizar los términos para no ser contradictorios y para evitar la incomprensión de tantas personas que verdaderamente no entienden el por qué la VR habla de pobreza, expresando que tenemos casas bellas y de nada carecemos.

En América Latina se sugiere que en lugar de hablar de voto de pobreza hablemos del voto por la justicia, pero creo que como la inequidad es una situación global esto vale para todo el mundo y no solamente para una porción del planeta. Cuando más de mil millones de hijos e hijas de Dios viven con menos de un dólar al día la VR tiene que hablar y luchar más por la justicia. El orden querido por Dios no es este y las personas consagradas, a la manera de Jesús que hizo una clara opción por los pobres, estamos llamadas a establecer la justicia en el mundo porque esa es la voluntad de Dios que desea que todas sus creaturas gocen equitativamente de los beneficios de la creación.

No negamos esa presencia profética de tantas personas consagradas en medio de los pobres del mundo, que gastan sus energías y salud para ayudarlos a salir de la pobreza; sería tener un espíritu negativo el no reconocer esta verdad que de manera silenciosa se da en muchos rincones de la tierra. Escuchemos el siguiente reconocimiento de San Juan Pablo II:

¡Cuántos Institutos se dedican a la educación, a la instrucción y formación profesional, preparando a los jóvenes y a los no tan jóvenes para ser protagonistas de su futuro! ¡Cuántas personas consagradas se desgastan sin escatimar esfuerzos en favor de los últimos de la tierra! ¡Cuántas se afanan en formar a los futuros educadores y responsables de la vida social, de tal modo que éstos se comprometan en la supresión de las estructuras opresivas y a promover proyectos de solidaridad en favor de los pobres! Estas personas consagradas luchan para vencer el hambre y sus causas, animando las actividades del voluntariado y de las organizaciones humanitarias, y sensibilizando a los organismos públicos y privados para propiciar así una equitativa distribución de las ayudas internacionales. Mucho deben las naciones a estos agentes emprendedores de la caridad que, con su incansable generosidad, han dado y siguen dando una significativa aportación a la humanización del mundo.[4]

San Juan Pablo II, al referirse al voto de pobreza utilizó el término de pobreza evangélica (ver su Exhortación Apostólica Vida Consagrada Nos. 89-90) para contrarrestar el materialismo ávido de poseer. Así como el voto de castidad se opone a la búsqueda desequilibrada del placer, el voto de pobreza se contrapone al poseer desenfrenado y sin conciencia. Ciertamente, en un mundo donde la posesión desordenada de dinero está estableciendo sus reglas, el voto de pobreza evangélica es una profecía que dice a los demás que el verdadero tesoro se encuentra en Dios y no en la riqueza material que pasa o se puede acabar. Diría Santa Teresa de Ávila: “Todo pasa, sólo Dios permanece”, por tanto, ¿para qué dar el corazón a las riquezas del mundo y no a Dios?

La solidaridad es parte integral de la vivencia del voto de pobreza; quien vive la pobreza evangélica se solidariza con los pobres, con las víctimas de sistemas injustos que favorecen a los que más tienen y empobrecen a los ya indigentes. Esta solidaridad se da no sólo en tiempos de emergencia sino siempre: solidaridad con los explotados, los desempleados, los que luchan por causas justas, con las mujeres oprimidas, con todos aquellos que son víctimas del egoísmo y de la ambición desmedida, con los migrantes, etc. La pobreza del Reino siempre nos hará ver y sentir por los pobres de la tierra y nos llevará a actuar con ellos para un cambio justo y digno. La VR tiene que estar en una conversión continua a la justicia, a la solidaridad, a la sobriedad y al compartir sus bienes materiales con los desfavorecidos; lo pide el Evangelio y el voto que le hemos prometido a Dios cumplir.

Obediencia

La obediencia es un tema muy controvertido en el mundo secularizado que busca una autonomía total. Ya el filósofo Nietzsche veía la obediencia como un valor mezquino fomentado por el cristianismo, decía que la obediencia, el sacrificio y la humildad son sentimientos propios del rebaño, del que no piensa por sí mismo. ¿Qué decimos a esto? La obediencia cristiana es liberación del yo egoísta que vive en la individualidad y en el indiferentismo; es comunión de proyectos para llevarlos a cabo: el de Dios y el nuestro. Esa es la experiencia de Jesús de Nazaret.

La obediencia exige discernimiento delante de Dios y purificación de proyectos personales que no vean por la liberación integral del ser humano. Lo que pasó con Jesús en el desierto, donde estuvo por cuarenta días, es un período de discernimiento en el Espíritu pues fue él quien lo condujo a ese lugar desolado (cf. Mt 4,1; Lc 4,1). Allí, Jesús siente la tentación de seguir un proyecto de riqueza, de poder, de placer y de gloria personal, pero su inclinación hacia el Proyecto de Dios es más grande y poderosa al grado de optar por llevar éste a cabo.

La realización de la obra de Dios llevó a Jesús a la muerte en cruz. Su obediencia fiel le hizo probar el rechazo, la persecución y el martirio. Todo lo había cumplido según ese Proyecto de amor de Dios, y por eso pudo exclamar desde el dolor y la agonía: “Todo está cumplido” (Jn 19,30).

El voto de obediencia en la vida religiosa sigue el paradigma de Jesús de Nazaret, se fundamenta en la relación filial que él tuvo con el Padre, en la escucha constante de su voluntad, en el discernimiento serio que vivió y en la entrega total de la vida a su Proyecto de Bien para la humanidad. La vida consagrada “testimonia que no hay contradicción entre obediencia y libertad” (RM, 91).

No se niega que el espíritu de la secularización entra también en las casas religiosas y de ello hay que tener cuidado porque fácilmente se infiltra el mundo de la autosuficiencia, de la autorreferencialidad y del individualismo en el corazón de las y los consagrados: “Hoy se puede advertir en muchos agentes pastorales, incluso en personas consagradas, una preocupación exacerbada por los espacios personales de autonomía y de distensión, que lleva a vivir las tareas como un mero apéndice de la vida, como si no fueran parte de la propia identidad…Así, pueden advertirse en muchos agentes evangelizadores, aunque oren, una acentuación del individualismo, una crisis de identidad y una caída del fervor. Son tres males que se alimentan entre sí (EG, 78).

La obediencia de la vida religiosa se vive en comunidad donde se discierne la voz de Dios y su voluntad para bien de la Iglesia, del mundo y del propio Instituto al que se pertenece. Aunque la obediencia se vive en comunidad se conserva la propia individualidad y los propios dones. La obediencia no suprime a la persona ni la uniforma, pero sí la hace libre de acoger un proyecto común, para cuya realización pondrá todos sus dones y capacidades. San Juan Pablo II resaltó esta cualidad de la vida consagrada en su exhortación postsinodal Vida Consagrada:

La vida fraterna es el lugar privilegiado para discernir y acoger la voluntad de Dios y caminar juntos en unión de espíritu y de corazón. La obediencia, vivificada por la caridad, une a los miembros de un Instituto en un mismo testimonio y en una misma misión, aun respetando la propia individualidad y la diversidad de dones. En la fraternidad animada por el Espíritu, cada uno entabla con el otro un diálogo precioso para descubrir la voluntad del Padre, y todos reconocen en quien preside la expresión de la paternidad de Dios y el ejercicio de la autoridad recibida de Él, al servicio del discernimiento y de la comunión (n. 91).

 

VIDA COMUNITARIA

Desde los inicios de la vida religiosa surgió la vida comunitaria como el espacio donde los llamados a este estilo de vida pudieran concretizar los valores del Evangelio y dar testimonio de ellos a los demás. En la actualidad, la vida comunitaria sigue teniendo su valor y es una voz profética en el mundo de hoy “donde hay intolerancia e individualismo; donde se excluye al otro fácilmente por no ser de la misma etnia y nación; donde se levantan barreras para evitar todo diálogo y convivencia pacífica y madura”[5].

Los llamados a seguir a Jesús más de cerca nos congregamos porque participamos de un mismo sueño y proyecto que nos une y anima; juntos/juntas participamos en un mismo carisma que es nuestra identidad o sello específico de nuestro seguimiento de Jesucristo. Nos congregamos para compartir la vida de oración, de fe, apostolado, trabajo; para conllevar las esperanzas y alegrías; los éxitos y fracasos; las fortalezas y debilidades; la salud y la decadencia. Nos congregamos para, primeramente en comunidad, vivir el mandamiento de Jesús: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado” (Jn 13, 34) y que es un testimonio que se proyecta más allá de las paredes de la comunidad, al grado de que la gente llega a reconocer que somos verdaderamente la comunidad de Jesús por el amor que nos tenemos: “En esto conocerán todos que son mis discípulos: si se aman los unos a los otros” (Jn 13,35).

Como consagrados formamos comunidades de apóstoles, experimentando continuamente que el anuncio del Evangelio es para nosotros fuente de conversión del corazón y de santificación. Al mismo tiempo que evangelizamos ofreciendo la Palabra de vida y el servicio de la caridad, somos evangelizados por la experiencia de fe de quien acoge el mensaje cristiano y reconocemos con gozo que Dios está presente en su pueblo y actúa en él.

La vida comunitaria es un modelo alternativo de convivencia humana en un mundo donde las relaciones interpersonales se viven en la competitividad, la agresión física y verbal, donde los resentimientos llegan a la acción en forma de venganza, donde el individualismo produce seres cerrados e indiferentes, donde autonomía es sinónimo de hacer lo que se quiere, donde el perdón y la reconciliación son ya palabras huecas y del pasado. ¡La vida comunitaria es realmente un reto! ¿Somos verdaderamente una propuesta diferente en medio del mundo, o hemos permitido que el mundo se apodere de nuestra vivencia comunitaria?

 

CONLUSIÓN: “Más allá del horizonte mundano”

Para finalizar este capítulo me gustaría retomar algunas de las palabras del Papa Francisco expresadas al final de la 82ª Asamblea General de la Unión de Superiores Generales (USG) de los Institutos religiosos masculinos, en enero de 2014. Entre otras cosas, los superiores le preguntaron: “¿Qué se espera de la vida consagrada? ¿Qué se pide? ¿Dónde se debería poner hoy el acento? ¿Cuáles son las prioridades?” el Papa respondió: “El testimonio que puede atraer verdaderamente es aquel relacionado con las actitudes que no son las habituales: la generosidad, el desapego, el sacrificio, el olvidarse de sí para atender a los otros. Es ese el testimonio, el ‘martirio’ de la vida religiosa. Y para la gente es un signo de alarma. Los religiosos con su vida dicen a la gente: ‘¿Qué está sucediendo?, ¡estas personas me dicen algo!’ Estas personas van más allá del horizonte mundano. Es decir --ha continuado el Papa, citando a Benedicto XVI-- la vida religiosa debe permitir el crecimiento de la Iglesia por el camino de la atracción”. Y les pidió “¡Sean testimonio de un modo distinto de hacer, de actuar, de vivir! Es posible vivir de un modo distinto en este mundo… Yo estoy convencido de una cosa: los grandes cambios de la historia se realizan cuando la realidad fue vista no desde el centro, sino desde la periferia… Estar en periferia ayuda a ver y entender mejor, a hacer un análisis más correcto de la realidad, escapando del centralismo y de los enfoques ideológicos”. Para entender los problemas, dijo el Papa Francisco, “no sirve estar en el centro de una esfera. Para entender, nos debemos 'descolocar'”.

Entonces, ¿cuál es la prioridad de la vida consagrada? –se le preguntó al Papa-. Manifestó: “La profecía del Reino que no es negociable. El acento debe caer en el ser profetas, y no en el jugar a serlo”.

Al preguntarle acerca de la vida comunitaria el Papa Francisco expresó: “La fraternidad tiene una fuerza de convocación enorme. Las enfermedades de la fraternidad, por otra parte, tienen una fuerza que destruye. La tentación contra la fraternidad es lo que más impide un camino en la vida consagrada… A veces es difícil vivir la fraternidad, pero si no se la vive, no somos fecundos. El trabajo, también el ‘apostólico’, puede transformarse en una fuga de la vida fraterna. Si una persona no logra vivir la fraternidad, no puede vivir la vida religiosa…La fraternidad religiosa va más allá de todas las diferencias posibles, es una experiencia de amor que va más allá de los conflictos. Los conflictos comunitarios son inevitables: en un cierto sentido deben existir, si la comunidad vive realmente relaciones sinceras y leales…el conflicto debe ser asumido: no debe ser ignorado. Si se lo tapa, eso crea una presión y después explota. Una vida sin conflictos no es vida”.

Termino con una frase del Papa Francisco “…Quería deciros una palabra, y la palabra era alegría. Siempre, donde están los consagrados, los seminaristas, las religiosas y los religiosos, los jóvenes, hay alegría, siempre hay alegría. Es la alegría de la lozanía, es la alegría de seguir a Cristo; la alegría que nos da el Espíritu Santo, no la alegría del mundo. ¡Hay alegría!”

 


[1]José María Vigil. Crisis de la Vida Religiosa en Europa, llamado a la Vida Religiosa mundial.

[2]Benedicto XVI. Discurso inaugural en la V CELAM, Aparecida, Brasil. Mayo 2007.

[3]Frei Betto, ¿Voto de pobreza o de compromiso por la justicia?, Servicios Koinonia.

[4]Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Vida Consagrada, n. 89.

VisitasVisitas2473427

Teléfono 593 (06) 2880501 (02) 2257689 •  info@vicariatoaguarico.org