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Mecanismos de Impunidad

 

Comencemos esclareciendo ideas. Se dice que la impunidad es una excusa solapada para evitar responsabilidades perentorias y hacer que los delitos pasen inadvertidos a la justicia que se hace de la vista gorda o que la justicia esconda a los delincuentes. En la impunidad la justicia no es ciega sino que distingue con agudeza lo verde del dólar, lo obscuro del petróleo, lo pardo de la tierra, el saco y la corbata del magistrado. Para la impunidad las evidencias no son suficientes o se las escamotea. Lo importante es quedar impune, sin castigo, inocente ¡libre de paja y polvo! El impune se gloría de aplicar la ley con todo rigor y se presenta como gran benefactor y defensor del pueblo, un lobo vestido con piel de oveja y además, un amable perdonavidas, amigo de los pobres indígenas que les regala aguinaldos navideños.

Lo contrario de la impunidad es la imputabilidad, su hermana melliza. Consiste en atribuir a otro una acción, una culpa o un delito por mandato ilegal y arbitrario de la justicia. La imputabilidad como tal tiene algunas características: el funcionario demuestra que el autor de la falta o delito la ejecutó personal, voluntariamente y con suficiente conocimiento. Son requisitos previos de responsabilidad penal y culpabilidad. La ley exige: responsabilidad para responder del acto imputable cometido e investigación para probar la conexión causal entre delito y autor (¿y si se evita la investigación previa como de ordinario sucede?). Solo hay culpa si hay responsabilidad en el actor.

¡Si a la luz de estas ideas se analizan los juicios contra los waorani comprobamos que “son personas sin derecho a tener derechos”!: Nos sentimos patidifusos ante las mil brutales máscaras con que se presenta la impunidad

Trabajemos, sin embargo el sueño de la justicia viviendo realidades: ¡que no haya impunidad sobre lo que manda la ley!, aunque el sistema busque silenciar, domesticar e invisibilizar a la sociedad y bajo esos sombríos ropajes ocultar impunemente su diabólica máscara. Jesús nos avisa: “los hijos de las tinieblas son más astutos que los hijos de la luz”. Hay infinitas maneras de invisibilizar a los pobres y a los indígenas: están invisibilizados por no entender ni hablar bien el español y no ser de la cultura occidental; por tener sus propias formas de vida no respetadas en la práctica ni comprender los instrumentos legales para defenderse. Para el sistema judicial es campo abonado para practicar miserablemente con víctimas inocentes la impunidad. ¡Sería bueno que todo sea público! ¡Sin máscaras! ¿Qué significa en realidad la frase “manos blancas o limpias?” ¿Otra máscara?

La función judicial, el gobierno, las corporaciones… presionan “legalmente” con el poder militar, jurídico y económico; a veces se disfrazan de paternalistas, asistencialistas o clientelistas incentivando el “pordioserismo”: “Las compañías petroleras enseñaron a los indígenas a ser pordioseros”. Someten, piden obediencia con mordaza; censuran, amenazan, denigran, enjuician, criminalizan y castigan con humillante crueldad; ocultan las evidencias, manipulan la información, ponen obstáculos injustificados, chantajean condicionando el perdón o rebaja de castigo a través de los procedimientos judiciales abreviados, forzando la obediencia y sumisión con maltratos continuos y arrestos ilegales y arbitrarios.

Estas dos hermanas: la impunidad y la imputación, ilegales y arbitrarias, se han adueñado de nuestra sociedad de pobres e indígenas. En ella son invisibles, han desaparecido y hay una política apoyada por esos poderes fácticos y el lastre del miedo social que los atenaza, que fuerza a ello. El Estado y el poder judicial empujan a las desapariciones cada vez que no se investigan las denuncias y afirman que el delito existe cuando no se busca, no se da o no se acepta la información, cuando se mata al mensajero y se rechaza el mensaje. Cuando se denuncian masacres en la selva, se señala dónde desaparecen y no se hace nada ni preocupa a nadie.

Decía Bertold Brecht:

“Primero se llevaron a los judíos, pero como yo no era judío, no me importó;

después se llevaron a los comunistas, pero como yo no era comunista, no me importó;

después se llevaron a los obreros, pero como yo no era obrero, tampoco me importó;

después se llevaron a los intelectuales, pero como yo no era intelectual,

no me importó;

ahora vienen por mí, pero ya es demasiado tarde”.

Al final uno se pregunta ¿Qué más se puede hacer?: Ya hemos hablado con el Sr. Presidente, que formó una comisión para el caso Waorani; ya tenemos una fiscalía en Quito y en Coca para que investigue y solucione; se logró que se hicieran leyes, se tomaron medidas cautelares, se aprobaron códigos de conducta…, ya nos escucharon en la CIDH. “¿Y?”. Un refrán chino dice: “Cuando llegues al final de la soga y pendas sobre el vacío, hazte un nudo a la cintura con ella y espera colgado”, hasta encontrar solución. Me decía un campesino: “Exigir a la autoridad judicial es como darle latigazos a una mula muerta o borracha, no se mueve porque no puede, la autoridad es el problema”.

La impunidad no es un fenómeno solamente amazónico, sino social, con lógica propia y unos sistemas cómplices con el hecho de la invisivilización, sea por omisión, colaboración o perpetración. Sería tiempo de dejar prejuicios racistas y pasar del salvaje indígena a poseedores respetuosos de derechos, y del lamento a su exigencia y cumplimiento. Hay que salir de la confusión que pretenden imponer los que quieren ejercer la impunidad judicial sobre la gente, sin perder los sentimientos y la capacidad de ayudar. De todos modos es una lucha contra la impotencia, todo está alineado en torno al poder para poner obstáculos. La búsqueda de la justicia es un laberinto de peldaños que llevan a ninguna parte. El problema de la impunidad es que se da, pero parece que no hay responsables, no se sabe quién fue, por qué y cómo se dio. Impunidad es hacer a un pueblo o clase social parte de una estrategia de estigmatización, culpabilización, invisivilización social y de privatización de daño, por el que todos le hacen sentirse culpable.

Los waorani están confundidos y asustados, van derechitos a la boca de la loba que los manipula y sataniza a la vez. La gente los teme como si fueran unos asesinos contumaces. ¿Si las investigaciones de su caso no concluyeron nada?, a pesar de haber transcurrido más de tres años ¿De quién es la culpa? Todo tiene relación con las estrategias aplicadas por el Estado a través de sus instituciones de justicia para mantener la confusión, la obediencia y el sometimiento. Forman parte de los mecanismos de impunidad. ¡Esto es vergonzoso!

A los invisivilizados no se los lleva el viento, ni se los traga la selva, no desaparecen en la nada, no son personas a quienes alcanzó un brote contagioso de alzheimer y olvidaron el camino a casa. Alguien los hizo desparecer y ellos generalmente dejan rastro, pero quienes están obligados a investigar no lo hacen, se omiten las pesquisas, se pierden las pistas y así los van matando de a pocos. No se acepta la idea de aislamiento como un deseo natural de ellos, no son grupos nuevos sino familias descolgadas de la historia de su propio pueblo, obligados a vivir errantes para protegerse de las tropelías del Estado, las petroleras y los colonos.

 

Achakaspi

170399901-9

12-12-2015

 

 

 

 


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