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Manta-Manaos:

Nubes Tormentosas

 

“Desde la segunda mitad del siglo XX los pueblos indígenas de América Latina han sido los actores sociales más creativos y activos del continente”. Desde la llega del petróleo a las comunidades indígenas del río Napo en los años 80 y la presencia activa del Estado hasta ahora ausente, ha habido un parón sin precedentes en su consistencia social, fuerza organizativa y defensa de los territorios ancestrales titulados. “carrera de caballo y parada de burro”. Varios factores han contribuido a que esta hibernación se mantenga: están paralizadas por el señuelo del dinero barato, las ofertas de trabajo en las empresas petroleras, el “conocimiento bancario” que oferta la educación en los colegios de la zona y la incorporación masiva a cargos de “poder” y puestos políticos del Estado que los deslumbra con su reflejo.

El problema indígena de siempre ha sido un problema no resuelto de territorialidad como base de su economía, identidad cultural y organización social comunitaria; problema de visión de la realidad desde las distintas identidades confrontadas: el problema de verse a sí mismos y de ser vistos por los demás. La realidad social, económica y política mestizas se refleja en la realidad indígena de manera que llega a anularla y desenfocarla: el problema indígena se hace otro y se quiere que sea otro. Desde el punto de vista indígena, muchas veces se presenta como un problema de “presencia”: “aquí estamos”. En ocasiones como un problema de “identidad”: “somos indígenas”, de “nacionalidad”: “no somos indios somos kichwas, wawrani, shwara…” o como un problema “cultural y de calidad de vida”: “somos comunitarios, igualitarios…”

El mundo mestizo, prácticamente ha intentado reducirlo y presentarlo como un problema de “educación y formación”: “hay que enseñar al indígena”; como un problema de “inferioridad étnica”: “hay que regenerar al indígena”; como un problema “económico”: hay que “desarrollar y hacerlos productivos” o como un problema “racial”: “son indios”.

Lo que contaban los peones de la petrolera en una cantina del Coca no era una historia excepcional de alcohol, violencia contra la mujer y explotación de los indígenas de las comunas del Napo, que trabajaban en sus tierras adjudicadas para compañías ajenas, bajo capataces chinos y por un sueldo mínimo. El trabajo semiesclavo había sido común en las haciendas del río Napo hasta los años 50. Este trabajo dependiente “por lo que den” lo llevan en sus genes y a flor de piel en su experiencia secular. El corto tiempo de organización, libertad y tenencia del territorio ha sido corto para borrar 400 años de esclavitud y sometimiento a los hacendados, los ha hecho ser fatalistas y desvalorizar una bella cultura comunitaria, familista e igualitaria ancestrales. La respuesta de los jóvenes trabajadores petroleros kichwas era significativa: la mujer es para gozar, la plata para la cerveza y estos momentos ya no volverán más.

Entre los indígenas la elemental capacidad de indignación, reclamo y enfrentamiento a todo tipo de problemas se limita y diluye en alcohol. El Estado ante la muerte por abaleamiento en los páramos de Papallacta del “cóndor Felipe” montó una campaña mediática que implicó hasta a la Ministra de Medio Ambiente (20 de Abril del 2014): “no daremos tregua hasta encontrar a los autores de su muerte”. “Es una especia en peligro de extinción”. La masacre de más de 20 tagaeri-taromenani en las selvas del Parque Yasuní, sin embargo, se intentó ocultar a la opinión pública y se acosó a quienes exigían una investigación clara y a tiempo del terrible hecho de muerte que ha estremecido a la opinión pública y llevado al exterminio a un grupo de compatriotas tagaeri protegidos por la constitución. El gobierno ha parcializado al grupo wawrani a su favor, a favor de sus tesis de desarrollo y por la explotación del ITT, a la vez que el mismo gobierno los acusa de ser los causantes de las muertes, los criminaliza y divide fatalmente. Son los únicos que están en la cárcel en celdas de alta seguridad ¡Es difícil entender este galimatías!

A partir de estas actitudes las nubes borrascosas del Manta-Manaos pueden producir tormentas sociales y culturles de efectos impredecibles en el río Napo. Resulta paradójico explicar la adivinanza: “adivina adivinanza, en qué se parece tanta gente hambrienta de desarrollo a un elefante blanco”. La hidrovía del Napo supone el desplazamiento y desaparición de poblaciones comunitarias y tierras indígenas, culturas y saberes ancestrales, emigración a ciudades y por otra parte la aparición de nuevas ciudades, contaminación petrolera y colonización del Napo.

Los territorios hay que disponerlos como mera mercancía para el proyecto. En la práctica la intención de los promotores del proyecto es ayudar a que grupos poderosos económicamente se hagan cada vez más ricos a expensas de la destrucción de ecosistemas y de sociedades indígenas de excluidos. Es difícil imaginar ni apreciar las consecuencias ambientales y sociales a los lados de las carreteras y de la hidrovía. El proyecto considera a los territorios como franjas de tránsito rápido y barato (paso) para mercancías y sembrados inmensos de maravillosas agroindustrias como solución técnica para la producción de alimentos (arroz, soya, aceites, cacao, maíz…), estableciendo una ligazón irrebatible entre el “desarrollo”, el “progreso” y el “bienestar”. Lo demás se “invisibiliza”.

El territorio no tiene vida, es un objeto para ser explotado según la sabia ideología del sistema, sin referencia a la ancestralidad, a la cultura, a la cuna e historia de un pueblo ni a un lugar para vivir. Dejaría de ser su territorio y desaparecería la noción de nacionalidades indígenas. Qué importa un puñado de indígenas “que ni producen ni consumen” cuando hay hordas de miserables campesinos que quieren trabajar y pobladores barriales que no tienen dónde vivir. “Qué importan 4 pajaritos o unos árboles para l3 millones de ecuatorianos que necesitan hospitales, colegios y salir de la pobreza”. “somos como unos pobres sentados sobre costales de oro”. No parecen propuestas éticas ni de buen gobierno. Es como apuntar a un osito de peluche en un chiringuito en una fiesta de barrio con una escopeta de feria con calibre torcido.

Una seria consecuencia que seguiría a la construcción de la hidrovía sería la movilización de masas de hombres sin trabajo, de emigrantes ecológicos, de agricultores sin agricultura, de creación de campamentos insalubres de trabajadores ambulantes desarraigados y temporeros de empresas, cantinas y burdeles, que se emplazarían en las comunidades indígenas; de sueldos mínimos rayanos en la semiesclavitud y la violación de todos los derechos humanos, la dignidad y la discriminación. El fraccionamiento comunitario y territorial empeora de día en día, promovida por los relacionadores comunitarios de las empresas petroleras que apoyan a unos pocos “vivos” que lucran temporalmente del “cariño” de la compañía, “sus panas”, esto promueve la división y el servilismo de funcionarios y líderes políticos.

Por experiencia se conoce que las comunas que intenten alguna iniciativa propia o a insinuación de ministerios y ONGs quedan rápidamente sin apoyo técnico, financiero ni capacitación; sin una información elemental ni hábitos de trabajo especializado que el emprendimiento requiere; las trabas burocráticas y la falta de asistencia y apoyo de ningún tipo, los hace perfectos candidatos al fracaso. Los famosos proyectos firmados con las compañías no pasan de ser “paños calientes” (proyectitis) que anestesian a la comunidad; no son soluciones económicas ni responden a los intereses comunitarios. Se sataniza y criminaliza, por otra parte la lucha de las organizaciones comunitarias por el derecho a la tierra, a la vivienda digna, a la alimentación, al trabajo digno y estable, al agua y a la naturaleza (C. art. 57, Nral. 12) mostrándolos como subversivos, violentos, antisociales y “atados al pasado”. Las decisiones sobre los territorios y personas dependen del gobierno y de las empresas que han invertido en esos negocios, lo que lleva a la pérdida de soberanía y anula los derechos que dan los títulos de propiedad.

La militarización para la seguridad, protección e inviolabilidad de las infraestructuras de los megaproyectos lleva al control y represión de las comunidades que constitucionalmente se oponen. No hay reglas de juego claras, ni leyes ni constitución que defiendan los derechos y la vida de las persona y del medio ambiente contra el incumplimiento de las empresas, autoridades y los propios gobiernos. El discurso oficial es favorable al modelo de desarrollo del sistema, la integración regional y las formas de vida modernas (modernidad). Alaban estas oportunidades en las que todos ganan económica y ambientalmente (¡Qué bellos videos de la naturaleza y de las estructuras!). Lo que sucede realmente es que pierden todos menos las grandes empresas. Se promociona la corrupción, la compra de conciencias y se abusa de la necesidad de dinero y trabajo de la población. ¿Por qué tener miedo a los de afuera que nos pueden comprar? Tengamos miedo a los de adentro que nos pueden vender. Se amenaza si no se permite la entrada de la empresa y al contrario, hay guardia militar para impedir la entrada a los lugares de trabajo de la empresa (bloques petroleros del Yasuní).

La pretensión de los corredores multinacionales de transferencia de mercancías no busca principalmente la integración nacional en favor de las necesidades de la población que vive en los lugares por los que atraviesan, ni ayudan a la promoción social y calidad de vida. Son proyectos capitalistas, depredadores y desarrollistas a favor de los intereses del capital y el bienestar de Brasil, Europa, EEUU y los países del Este. La alimentación será importada, cara y escasa. Despreciará y negará el valor de la agricultura y economía de “subsistencia”, que produce alimentos, evita el hambre y da de comer a más cantidad de gente que los agronegocios, cuida la naturaleza y protege el agua. Es necesario pensar en serio en nuestro futuro y mirar más allá de la punta de la nariz por donde nos restregan los billetes verdes. La agricultura de empresa es el monocultivo (palma, arroz, maíz…) para la exportación que destruye la selva, la fertilidad de la tierra y contamina el agua.

Nuestra constitución, art. 281ss habla de la producción agrícola, soberanía alimentaria, control de la producción…Los sistemas agroforestales, los agronegocios, transgénicos y agrotóxicos son formas de cultivo que llevan al empobrecimiento de la tierra, al hambre, amenazan nuestra agricultura, no producen alimentos para todos, amenazan los bosques y contaminan las aguas. Estamos metidos y atrapados por los lindos proyectos del Manta-Manaos (IIRSA). Las economías nacionales y de las organizaciones sociales (campesinas, indígenas) que promocionan la explotación de los recursos naturales no duran mucho tiempo, pues los recursos se agotan y dañan la tierra, el agua, la selva y el territorio, nuestra Pachamama.

Achakaspi

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