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Esperando a PAPA FRANCISCO

… dejándonos cuestionar por su sueño de Iglesia

 

Una reflexión para Agentes de pastoral, en espera de la visita de Papa Francisco.

 

Papa Francisco nos visita y estamos alegres. Estamos alegres con nuestro pueblo que percibe en este acontecimiento una bendición particular de Dios. Estamos alegres con todas las personas comprometidas por una sociedad más justa y solidaria, porque encuentran en este evento una esperanza para alimentar sus anhelos más profundos y fortalecer sus luchas más genuinas. Estamos alegres con la Iglesia, porque espera de él una palabra de consuelo y un estímulo para robustecer su fidelidad al evangelio en el compromiso por construir un Ecuador más humano y fraterno.

Esta visita es por esto una gracia, un kairós para nuestras Iglesias, más allá de la alegría y de la esperanza que Papa Francisco seguramente nos traerá.

Les invito a dejarnos cuestionar por las palabras del Papa, con el único objetivo de no echar en saco roto esta gracia de Dios, de ayudarnos a preparar su Visita con una mente y espíritu abiertos, en sintonía con su pensamiento, en espera del mensaje ciertamente iluminante y cuestionante, que nos ofrecerá en las distintas intervenciones de su visita a nuestra Iglesia ecuatoriana.

El desafío de ser una Iglesia abierta a lo nuevo que el Espíritu propone.

La visita de Papa Francisco a nuestra Iglesia ecuatoriana no puede dejarla como antes, no puede dejar como antes nuestras Iglesias particulares, nuestras comunidades y movimientos.

Papa Francisco nos desafía a abandonar el cómodo criterio pastoral del “siem­pre se ha hecho así”. Nos invita a ser audaces y creativos en la tarea de repensar objetivos, estructuras, estilo y métodos evange­lizadores de nuestras comunidades. (EG 33)

Nos propone soñar con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación. (EG 27)

Nos recuerda papa Francisco que Cristo muerto y resucitado hace a sus fieles siempre nuevos, aunque sean ancianos. Él siempre puede, con su nove­dad, renovar nuestra vida y nuestra comunidad: la propuesta cristiana nunca envejece. Jesucristo también puede romper los esquemas aburridos en los cuales pretendemos encerrarlo y nos sorprende con su constante creatividad di­vina. Cada vez que intentamos volver a la fuen­te y recuperar la frescura original del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, pa­labras cargadas de renovado significado para el mundo actual. (EG 11)

La novedad a la cual estamos llamados no olvida el pasado: Cada vez que intentamos leer en la realidad actual los signos de los tiempos, es conveniente escuchar a los jóvenes y a los ancia­nos. Ambos son la esperanza de los pueblos. Los ancianos aportan la memoria y la sabiduría de la experiencia, que invita a no repetir tontamente los mismos errores del pasado. Los jóvenes nos llaman a despertar y acrecentar la esperanza, por­ que llevan en sí las nuevas tendencias de la hu­manidad y nos abren al futuro, de manera que no nos quedemos anclados en la nostalgia de estruc­turas y costumbres que ya no son cauces de vida en el mundo actual. (EG 108)

El reto de ver la realidad… desde la periferia

Nos recuerda Aparecida: En el nuevo contexto social, la realidad se ha vuelto para el ser humano cada vez más opaca y compleja. Esto quiere decir, que cualquier persona necesita siempre más información si quiere ejercer sobre la realidad el señorío que por vocación está llamada. Esto nos ha enseñado a mirar la realidad con más humildad, sabiendo que ella es más grande y compleja que las simplificaciones con que solíamos verla en un pasado aún no demasiado lejano. (DA 36)

Frente a cualquier realidad coyuntural es importante aclarar desde que lugar nos ponemos para verla. Nos cuestiona Papa Francisco: Yo estoy convencido de una cosa: los grandes cambios de la historia se realizan cuando la realidad fue vista no desde el centro, sino desde la periferia… Se comprende la realidad solamente si se la mira desde la periferia... Estar en periferia ayuda a ver y entender mejor, a hacer un análisis más correcto de la realidad, escapando del centralismo y de los enfoques ideológicos. (A los superiores religiosos)

Esta opción no es sino asumir, como discípulos, la óptica de Jesús que fue pobre, nunca pretendió salir de su pobreza y siempre vio las cosas como pobre y aun desde la situación de los más pobres que él: nunca vio la realidad desde quienes tenían el poder político, económico y religioso…

El compromiso de ser Iglesia culturalmente “encarnada”, con pastores que tienen “olor a ovejas”

Estamos llamados a vivir las inquietudes y las esperanzas de nuestra gente; a actuar en los contextos concretos de nuestro tiempo, con frecuencia caracterizado de tensión, discordia, desconfianza, precariedad y pobreza. (A sacerdotes y consagradas/os – Sarajevo 6 junio 2015)

Vivimos en un contexto intercultural que siempre más nos desafía. El Papa nos ayuda a reflexionar: La cultura es algo diná­mico, que un pueblo recrea permanentemente, y cada generación le transmite a la siguiente un sistema de actitudes ante las distintas situaciones existenciales, que ésta debe reformular frente a sus propios desafíos. El ser humano es al mismo tiempo hijo y padre de la cultura a la que pertene­ce.

Es imperiosa la necesidad de evangelizar las culturas para inculturar el Evangelio. Cuando en un pueblo se ha inculturado el Evangelio, en su proceso de transmisión cultural también transmite la fe de maneras siempre nue­vas; de aquí la importancia de la evangelización entendida como inculturación.

En la incul­turación, la Iglesia introduce a los pueblos con sus culturas en su misma comunidad, porque toda cultura propone valores y formas positivas que pueden enriquecer la manera de anunciar, concebir y vivir el Evangelio. (EG passim)

Las Iglesias particulares deben fomentar activamente formas, al menos incipientes, de inculturación. A veces el miedo nos paraliza demasiado. Si dejamos que las dudas y temores sofoquen toda audacia, es posible que, en lugar de ser creativos, simplemente nos quedemos cómodos y no provoquemos avance alguno y, en ese caso, no seremos partícipes de procesos históricos con nuestra cooperación, sino simplemente espectadores de un estancamiento infecundo de la Iglesia. (EG 129)

Todo compromiso de inculturación pasa por el camino de la encarnación: del vivir con, del caminar con, del llorar con, del luchar con, del soñar con… la gente a quien el Señor nos ha enviado. Plásticamente Papa Francisco nos reta a ser “pastores con olor a ovejas”…

Caminando decididamente hacia una Iglesia pluricultural

Frente a la realidad pluricultural de nuestra Iglesia, nos cuestionan las palabras del Papa: Bien entendida, la diversidad cultural no amenaza la unidad de la Iglesia. Es el Espíritu Santo quien construye la comunión y la armonía del Pueblo de Dios. El mismo Espíritu Santo es quien suscita una múltiple y di­versa riqueza de dones y al mismo tiempo cons­truye una unidad que nunca es uniformidad sino multiforme armonía que atrae. La evangelización reconoce gozosamente estas múltiples riquezas que el Espíritu engendra en la Iglesia. No haría justicia a la lógica de la encarnación pensar en un cristianismo monocultural y monocorde… El mensaje que anunciamos siempre tiene algún ro­paje cultural, pero a veces en la Iglesia caemos en la vanidosa sacralización de la propia cultura, con lo cual podemos mostrar más fanatismo que auténtico fervor evangelizador. (EG 117)

Una Iglesia valientemente “en salida” hacia las periferias

Papa Francisco nos desafía para que seamos una Iglesia “en salida” (misionera) hacia las periferias existenciales. Para que pongamos la evangelización como la prioridad fundamental de nuestra tarea pastoral. Para que superemos la tentación de ser autoreferenciales (buscar solo nuestros intereses), olvidándonos de la lucha por el Reino de Dios y su justicia como la urgencia más apremiante para una humanidad drásticamente violenta y sufriente.

Nos tiene que cuestionar su palabra: Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias segurida­des. Más que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estruc­turas que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos.­ (EG 49)

Plásticamente el Papa preguntaba a los sacerdotes en el Retiro mundial (12 de junio de 2015): ¿Eres pastor de ovejas o te has convertido en un peinador, en un peluquero de una sola oveja exquisita, porque te buscas a ti mismo y te olvidaste de la ternura que te dio tu Padre?

A los jóvenes les pidió en la JMJ que hagan “bulla” que metan “líos” como testigos apasionados de Jesucristo y contagien con su entusiasmo al mundo moderno. Y a todos, sin excepción, nos invita a mirar a nuestro alrededor para dejarnos tocar del dolor humano y entonces salir a las calles como misioneros de misericordia, testimoniando la esperanza que no defrauda.

En el mismo retiro el Papa pedía a los sacerdotes que sean pastores con ternura de Dios, que dejen el látigo colgado en la sacristía y sean pastores con ternura, incluso con los que le traen más problemas. Es una gracia divina. Nosotros creemos en un Dios que se hizo carne, que tiene un corazón, y ese corazón hoy nos habla así: vengan a mí si están cansados, agobiados, yo los voy a aliviar, pero a los míos, a mis pequeños trátenlos con ternura, con la misma ternura con que los trato yo.

Apuntando a una “Iglesia pobre para los pobres”

Si la Iglesia entera asume este dinamismo misionero, debe llegar a todos, sin excepciones. Pero ¿a quiénes debería privilegiar? Cuando uno lee el Evangelio, se encuentra con una orientación contundente: no tanto a los amigos y vecinos ri­cos sino sobre todo a los pobres y enfermos, a esos que suelen ser despreciados y olvidados, a aquellos que “no tienen con qué recompensarte” (Lc 14,14). No deben quedar dudas ni caben ex­plicaciones que debiliten este mensaje tan claro. Hoy y siempre, los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio, y la evangeliza­ción dirigida gratuitamente a ellos es signo del Reino que Jesús vino a traer. Hay que decir sin vueltas que existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres. (EG 48)

La opción por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enrique­cernos con su pobreza. Por eso quiero una Iglesia pobre para los pobres. Ellos tienen mucho que enseñarnos. Es necesario que todos nos dejemos evangelizar por ellos. La nueva evangelización es una invitación a reconocer la fuerza salvífica de sus vidas y a ponerlos en el centro del camino de la Iglesia. Estamos llamados a descubrir a Cristo en ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos. (EG 198). ¡Tenemos que “oler a pobres”!

Nuestro compromiso no consiste exclusi­vamente en acciones o en programas de promo­ción y asistencia; lo que el Espíritu moviliza es ante todo una aten­ción puesta en el otro considerándolo como uno consigo. Esto implica valorar al pobre en su bondad propia, con su forma de ser, con su cultura, con su modo de vivir la fe. El verdadero amor siem­pre es contemplativo. El pobre, cuando es amado, es estimado como de alto valor, y esto diferencia la auténtica opción por los pobres de cualquier ideología, de cualquier intento de utilizar a los pobres al servicio de intereses per­sonales o políticos. Únicamente esto hará posible que los pobres, en cada comunidad cristiana, se sientan como en su casa. (EG 199)

Pero nos cuestiona el Papa: La inmensa mayoría de los pobres tiene una especial apertura a la fe; necesitan a Dios y no podemos dejar de ofrecerles su amistad, su bendición, su Palabra, la celebración de los Sacramentos y la propuesta de un camino de crecimiento y de ma­duración en la fe. La opción preferencial por los pobres debe traducirse principalmente en una atención religiosa privilegiada y prioritaria. (EG 200)

Para Francisco no basta una Iglesia que opta por los pobres, sino es necesaria una Iglesia pobre: la pobreza está en el centro del Evangelio. Y si quitáramos la pobreza del Evangelio, no se comprendería nada del mensaje de Jesús. Por eso, cuando nuestra fe no llega a los bolsillos, no es una fe genuina… Cuando nosotros ayudamos a los pobres, hacemos cristianamente obras de beneficencia. Esto es bueno, es humano, pero ésta no es la pobreza cristiana. La pobreza cristiana es que yo doy de lo mío y no de lo superfluo, incluso de lo necesario, al pobre, porque sé que él me enriquece. Porque Jesús ha dicho que Él mismo está en el pobre. (Sta. Marta 15 junio 2015)

En su meditación a los sacerdotes del Retiro mundial (12 de junio), afirmaba: La tentación más grande que tenemos en AL es apegarnos al poder y al dinero. El pueblo de Dios puede perdonar a un sacerdote que tiene ahí un resbalón afectivo o que se da un poquito… al trago, pero no va a perdonar a un sacerdote que esté apegado al dinero o que maltrate a la gente.

Una Iglesia comprometida con la madre tierra, nuestra “casa común”

En su reciente carta “Laudato sí”, Papa Francisco nos invita a tomar conciencia de una realidad que nos desafía hoy: las distintas agresiones a nuestra “casa común” con la explotación de la minería y sus consecuencias sobre el medio ambiente y para sus habitantes.

El Papa nos recuerda que el medio ambiente es un bien colectivo, patrimonio de toda la humanidad y responsabilidad de todos. (LS 95) Por eso un verdadero planteo ecológico se convierte siempre en un planteo social, para escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres. (LS 49)

Frente a la toma de posturas claras en este sentido algunos reaccionan acusando de pretender detener irracionalmente el progreso y el desarrollo humano. (LS 191). Papa Francisco denuncia con valor: es indigno, superficial y menos creativo insistir en crear formas de expolio de la naturaleza sólo para ofrecer nuevas posibilidades de consumo y de rédito inmediato. (LS 192) Y es insostenible el comportamiento de aquellos que consumen y destruyen más y más, mientras otros todavía no pueden vivir de acuerdo con su dignidad humana. (LS 193)

Desde la perspectiva de nuestra opción por los pobres, el Papa nos recuerda que tanto la experiencia común de la vida ordinaria como la investigación científica demuestran que los más graves efectos de todas las agresiones ambientales los sufre la gente más pobre. (LS 48) No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental. Las líneas para la solución requieren una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza. (LS 139)

Su planteamiento es claro: Es indispensable prestar especial atención a las comunidades aborígenes con sus tradiciones culturales, a los habitantes locales:… deben convertirse en los principales interlocutores, sobre todo a la hora de avanzar en grandes proyectos que afecten a sus espacios. En diversas partes del mundo, son objeto de presiones para que abandonen sus tierras a fin de dejarlas libres para proyectos extractivos y agropecuarios que no prestan atención a la degradación de la naturaleza y de la cultura. (LS 146)

A nivel de fe, es un reto vivir una espiritualidad ecológica. No se trata de hablar tanto de ideas, sino sobre todo de las motivaciones que surgen de la espiritualidad para alimentar nuestra pasión por el cuidado del mundo (LS 216)

Nos hace falta entonces una conversión ecológica: vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios no consiste en algo opcional ni en un aspecto secundario de la experiencia cristiana. (LS 217) Toda la naturaleza, además de manifestar a Dios, es lugar de su presencia. En cada criatura habita su espíritu vivificante que nos llama a una relación con él. (LS 88)

Esta conversión en primer lugar implica gratitud y gratuidad, es decir, un reconocimiento del mundo como un don recibido del amor del Padre. También implica la amorosa conciencia de no estar desconectados de las demás criaturas, de formar con los demás seres del universo una preciosa comunión universal. Para el creyente, el mundo no se contempla desde fuera sino desde dentro, (LS 220)

La espiritualidad cristiana propone un modo alternativo de entender la calidad de vida, y alienta un estilo de vida profético y contemplativo, capaz de gozar profundamente sin obsesionarse por el consumo. La espiritualidad cristiana propone un crecimiento con sobriedad y una capacidad de gozar con poco. (LS 222) Nuestras culturas autóctonas pueden ayudarnos en este camino…

Otra de las tareas que nos pide como Iglesia es la educación ambiental que si al comienzo estaba muy centrada en la información científica y en la concientización y prevención de riesgos ambientales, ahora tiende a incluir una crítica de los “mitos de la modernidad” (individualismo, progreso indefinido, competencia, consumismo, mercado sin reglas) y también a recuperar los distintos niveles del equilibrio ecológico: el interno con uno mismo, el solidario con los demás, el natural con todos los seres vivos, el espiritual con Dios.(LS 210)

Todas las comunidades cristianas tienen un rol importante que cumplir en esta educación, (LS 214) y es muy noble asumir el deber de cuidar la creación con pequeñas acciones cotidianas, y es maravilloso que la educación sea capaz de motivarlas hasta conformar un estilo de vida. (LS 211)

Una Iglesia animada por Agentes Pastorales “con Espíritu”

Agentes Pastorales con Espíritu quiere de­cir evangelizadores que oran y trabajan. Desde el punto de vista de la evangelización, no sirven ni las propuestas místicas sin un fuerte compro­miso social y misionero, ni los discursos y praxis sociales o pastorales sin una espiritualidad que transforme el corazón. Siempre hace falta cultivar un espacio interior que otorgue sentido cristiano al compromiso y a la actividad. Sin momentos detenidos de adoración, de encuentro orante con la Palabra, de diálogo sincero con el Señor, las ta­reas fácilmente se vacían de sentido, nos debilita­mos por el cansancio y las dificultades, y el fervor se apaga. Al mismo tiempo, existe el riesgo de que algu­nos momentos de oración se conviertan en excu­sa para no entregar la vida en la misión, porque la privatización del estilo de vida puede llevar a refugiarse en alguna falsa espiri­tualidad. (EG 262)

El punto de partida, nos recuerda el Papa, es experimentar el amor de Dios, que no nos conoce en grupo, sino uno a uno: el amor no es un amor abstracto, o general para todos; es un amor por cada uno. Y así nos ama Dios. El Señor sabe la bella ciencia de las caricias. La ternura de Dios: no nos ama de palabra; Él se aproxima y estándonos cerca nos da su amor con toda la ternura posible. Cercanía y ternura son las dos maneras del amor del Señor, que se hace cercano y da todo su amor con ternura. Cercanía y ternura nos hacen ver la fuerza del amor de Dios. (Santa Marta 14 junio 2013)

Papa Francisco nos invita a preguntarnos: ¿Cómo es nuestra relación con Jesús? La fuerza de un sacerdote está en esta relación. De aquí brota una serie de preguntas: ¿Qué sitio ocupa Jesús en mi vida de fe? ¿Es una relación viva, de discípulo a maestro, de hermano a hermano, de pobre hombre a Dios? ¿O es una relación un poco artificial que no nace del corazón? (Sta. Marta, 11 enero 2014)

Se trata de estar en la presencia del Señor, de dejarse mirar por Él. ¿Cómo están ustedes en la presencia del Señor? Cuando vas a la Iglesia, miras el Sagrario, ¿qué haces? ¿te dejas mirar por el Señor? Dejarse mirar por el Señor: ésta es una manera de rezar. ¿Te dejas mirar por el Señor? ¿Cómo se hace? Miras el Sagrario y te dejas mirar: ¡así de sencillo! Es un poco aburrido, me duermo… ¡Duérmete! De todas formas Él te mirará. Pero tienes la certeza de que Él te mira. Esto caldea el corazón, mantiene encendido el fuego de la amistad con él, te hace sentir que verdaderamente te mira, está cerca de ti y te ama. (A los catequistas, 27 septiembre 2013)

El desafío de las tentaciones

El mundo en que vivimos nos asecha con tentaciones concretas por lo que necesitamos crear espacios motivadores y sanadores, lugares donde regenerar la pro­pia fe en Jesús crucificado y resucitado, donde compartir las propias preguntas más profundas y las preocupaciones cotidianas, donde discernir en profundidad con criterios evangélicos sobre la propia existencia y experiencia.(EG 77)

Se puede advertir en muchos agentes pastorales una preocupación exacerbada por los espacios perso­nales de autonomía y distensión, que lleva a vivir las tareas como un mero apéndice de la vida, como si no fueran parte de la propia identidad. (EG 78)

La mayor amenaza es el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Igle­sia en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgas­tando y degenerando en mezquindad. Se desarrolla la psicología de la tumba, que poco a poco convierte a los cristianos en momias de museo. Desilusionados con la realidad, con la Iglesia o consigo mismos, viven la constante tentación de apegarse a una tristeza dulzona, sin esperanza, que se apodera del corazón. Llamados a iluminar y a comunicar vida, se dejan cautivar por cosas que sólo generan oscuridad y cansancio interior, y que apolillan el dinamismo apostólico. ­(EG 83)

Otra de las tentaciones más serias que aho­gan el fervor y la audacia es la conciencia de de­rrota que nos convierte en pesimistas quejosos y desencantados con cara de vinagre. Nadie puede emprender una lucha si de antemano no confía plenamente en el triunfo. Aun con la dolorosa conciencia de las propias fragilidades, hay que seguir adelante sin declararse vencidos, y recor­dar lo que el Señor dijo a san Pablo: “Te bas­ta mi gracia, porque mi fuerza se manifiesta en la debilidad” (2 Co 12,9). (EG 85)

Muchos tratan de escapar de los demás hacia el reducido círculo de los más íntimos. Porque, así como algunos quisieran un Cristo puramente espiritual, sin carne y sin cruz, también se pretenden relaciones interper­sonales sólo mediadas por aparatos sofisticados, por pantallas y sistemas que se puedan encender y apagar a voluntad. Mientras tanto, el Evangelio nos invita siempre a correr el riesgo del encuen­tro con el rostro del otro, con su presencia física que interpela, con su dolor y sus reclamos, con su alegría que contagia en un constante cuerpo a cuerpo. (EG 88)

La mundanidad espiritual se manifiesta en muchas actitudes: en algunos hay un cuidado osten­toso de la liturgia, de la doctrina y del prestigio de la Iglesia, pero sin preocuparles que el Evangelio tenga una real inserción en el Pueblo fiel de Dios y en las necesidades concretas de la historia. Así, la vida de la Iglesia se convierte en una pieza de museo o en una posesión de pocos. En otros, la misma mundanidad espiritual se esconde de­trás de una fascinación por mostrar conquistas sociales y políticas, o en una vanagloria ligada a la gestión de asuntos prácticos. También puede traducirse en diversas formas de mostrarse a sí mismo en una densa vida social llena de salidas, reuniones, ce­nas, recepciones. O bien se despliega en un fun­cionalismo empresarial, cargado de estadísticas, planificaciones y evaluaciones, donde el princi­pal beneficiario no es el Pueblo de Dios sino la Iglesia como organización. (EG 95)

El cansancio de uno mismo es la desilusión de uno mismo, pero no mirada de frente, con la serena alegría del que se descubre pecador y necesitado de perdón, de ayuda: este pide ayuda y va adelante. Se trata del cansancio que da el “querer y no querer”, el haberse jugado todo y después añorar los ajos y las cebollas de Egipto, el jugar con la ilusión de ser otra cosa. A este cansancio, me gusta llamarlo “coquetear con la mundanidad espiritual”: el corazón se cansa de luchar porque en definitiva se busca a sí mismo en un carrerismo sediento de reconocimientos, aplau­sos, premios, puestos; entonces, uno ya no tiene garra, le falta resurrec­ción. (Misa crismal 2015)

Frente a estas (y otras…) tentaciones, Papa Francisco concluye: Los desafíos están para superarlos. Sea­mos realistas, pero sin perder la alegría, la audacia y la entrega esperanzada. ¡No nos dejemos robar la fuerza misionera! (EG 109)

Concluyendo

Un evangelizador no debería tener permanentemente cara de funeral. Recobremos y acrecentemos el fervor, la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas… Y ojalá el mundo actual – que busca a veces con angustia, a veces con esperanza - pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo (EG 10).

P. Luis Ricchiardi sdb

 


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