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Catequesis del papa Francisco

Audiencia del 14 de junio de 2017

 

«¡Queridos hermanos y hermanas , buenos días!

Hoy hacemos esta Audiencia en dos lugares, unidos a través de las pantallas gigantes: los enfermos están en el Aula Pablo VI para que no sufran tanto el calor y nosotros aquí. Pero todos juntos. Y nos une el Espíritu Santo, que es el que hace siempre la unidad. Saludemos a los que están en el Aula…

Ninguno de nosotros puede vivir sin amor. Y una de las más feas esclavitudes en la que podemos caer es la de creer que el amor se merece. Seguramente gran parte de la angustia del hombre contemporáneo viene de esto: creer que si no somos fuertes, atrayentes y bellos, nadie se ocupará de nosotros.

¿Es la vía de la “meritocracia” no? Tantas personas hoy día buscan una visibilidad sólo para colmar el vacío interior: como si fuéramos personas eternamente necesitadas de ser confirmados. Pero ¿imagínense un mundo donde todos mendiguen la atención de los demás, y nadie esté dispuesto a amar gratuitamente a otra persona? Imagínense un mundo así…un mundo sin la gratuidad del quererse bien….Parece un mundo humano, pero en realidad está enfermo.

Tantos narcisismos del ser humano, nacen de un sentimiento de soledad. Y también de orfandad. Detrás de tantos comportamientos aparentemente inexplicables se esconde una pregunta: ¿Es posible que yo no merezca ser llamado por mi nombre; o lo que es lo mismo, no merezca ser amado? Porque el amor siempre te llama por tu nombre.

Cuando es un adolescente quien no es o no se siente amado; entonces puede nacer la violencia. Detrás de tantas formas de odio social y de vandalismo, se esconde con frecuencia un corazón que no ha sido reconocido.

No existen los niños malos, como tampoco existen los adolescentes del todo malvados, existen personas infelices. ¿Y qué nos puede hacer felices más que la experiencia de dar y recibir amor? La vida del ser humano es un intercambio de miradas: alguien que al mirarnos, nos arranca una primera sonrisa, y en la sonrisa que ofrecemos gratuitamente a quien está encerrado en la tristeza. Y así es cómo abrimos el camino. Intercambio de miradas: mirarse a los ojos….y así se abren las puertas del corazón.

El primer paso que Dios realiza en nosotros, es un amor que nos anticipa de manera incondicional. Dios siempre ama primero. Dios no nos ama porque nosotros tememos motivos que despierten su amor. Dios nos ama porque Él mismo es amor y el amor por su propia naturaleza tiende a difundirse, a darse.

Dios no vincula su benevolencia a nuestra conversión: aunque ésta sea una consecuencia del amor de Dios. San Pablo lo dice de manera perfecta: “Dios demuestra su amor hacia nosotros, en el hecho de que aunque éramos todavía pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rom. 5,8).

Mientras aún éramos pecadores. Un amor incondicional. Estábamos lejos, como el hijo pródigo de la parábola: “Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vió, tuvo compasión….” (Lc 15,20). Por amor hacia nosotros, Dios realizó un éxodo de sí mismo, para venir a nuestro encuentro, en esta tierra, dónde insensato que Él transitara. Dios nos amaba aun cuando estábamos equivocados.

¿Quién de nosotros ama de esta manera, a no ser quien es madre o padre? Una madre sigue amando a su hijo aunque éste hijo esté en la cárcel. Yo recuerdo tantas madres, haciendo la fila para entrar en la cárcel, en la primera diócesis dónde estuve: tantas madres. Y no se avergonzaban. El hijo estaba en la cárcel, pero era su hijo.

Y sufrían tantas humillaciones en la antesala, antes de entrar, pero “es hijo mío”. “¡Pero señora, su hijo es un delincuente! – “Es hijo mío”- Sólo este amor de madre y de padre, nos hace comprender cómo es el amor de Dios.

Una madre, no pide que no se aplique la justicia de los hombres, porque todo error necesita redimirse, pero una madre nunca deja nunca de sufrir por el propio hijo. Lo ama a pesar de saber que es pecador.

Dios hace lo mismo con nosotros: somos sus hijos amados. ¿Pero puede ser que Dios tenga algún hijo al que no ame? No. Todos somos hijos amados de Dios. No hay ninguna maldición sobre nuestra vida, lo único es la benévola palabra de Dios, que ha sacado nuestra existencia de la nada. La verdad de todo está en esa relación de amor que une al Padre con el Hijo mediante el Espíritu Santo, relación en la cual, nosotros somos recibidos mediante la gracia.

En Él, en Cristo Jesús, hemos sido queridos, amados, deseados. Es Él quien ha impreso en nosotros una belleza primordial que ningún pecado, ninguna decisión equivocada podrá nunca borrar enteramente.

Nosotros, ante los ojos de Dios, somos siempre pequeños manantiales hechos para salpicar el agua buena. Lo dijo Jesús a la samaritana: “ El agua que yo te daré, se hará en ti una corriente de agua, de la que fluye la vida eterna”. (Jn. 4,14)

Para cambiar el corazón de una persona infeliz, ¿cuál es la medicina? ¿Cuál es la medicina para cambiar el corazón de una persona que no es feliz? (responden ‘el amor’) ¡Más fuerte! (‘¡el amor!’)

¡Muy despiertos!, muy despiertos, ¡todos están muy despiertos! ¿Y cómo hacemos sentir a una persona que la amamos? Hace falta sobretodo abrazarla. Hacerle sentir que es deseada, que es importante, y dejará de estar triste.

El amor llama al amor, de un modo mucho más fuerte de cuanto el odio llama a la muerte. Jesús no murió y resucitó para si mismo, sino por nosotros, para que nuestros pecados sean perdonados. Así que es tiempo de Resurrección para todos: tiempo de levantar a los pobres de la desesperanza, sobre todo a aquellos que yacen en el sepulcro mucho más que tres días.

Sopla aquí, sobre nuestros rostros, un viento de liberación. Haz que germine aquí, el don de la esperanza. Y la esperanza es la de Dios Padre que nos ama como somos: nos ama siempre, a todos. Buenos y malos. ¿De acuerdo? ¡Gracias!»


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