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La Eucaristía,

Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre,

donados para la salvación del mundo

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy, en Italia y en otros países, celebramos la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, el Corpus Christi. El Evangelio nos presenta el episodio del milagro de los panes (cf. Lc 9,11-17) que tiene lugar a orillas del lago de Galilea. Jesús tiene la intención de hablar a miles de personas, llevando a cabo sanaciones. Al anochecer los discípulos se acercan al Señor y le dicen: “Despide a la gente para que vayan a descansar y buscar comida por las aldeas y los campos cercanos porque en este lugar no hay comida” (ver 12). También los discípulos estaban cansados. De hecho, estaban en un lugar aislado y la gente para comprar comida tenían que caminar ir a las aldeas.

Pero Jesús responde: “Ustedes mismos denles de comer” (v. 13). Estas palabras causan asombro a los discípulos, quizás se enojaron y le responden: “Sólo tenemos cinco panes y dos peces a menos que vayamos a comprar comida para toda esta gente” (ibíd.). En cambio Jesús invita a sus discípulos a hacer una verdadera conversión desde la lógica de “cada uno para sí mismo” a la del compartir, comenzando por lo poco que la Providencia nos pone a nuestra disposición. Y de inmediato muestra que tiene muy claro lo que quiere hacer.

Les dice: “Háganlos sentarse en grupos como de cincuenta, luego toma en sus manos los cinco panes y los dos peces, se dirige al Padre Celestial y pronuncia la oración de bendición. Entonces, comienza a partir los panes, a dividir los peces, y a dárselos a los discípulos, quienes los distribuyeron a la multitud. Y esa comida no termina, hasta que todos están satisfechos.

Este milagro –muy importante, hasta el punto de que lo cuentan todos los evangelistas– manifiesta el poder del Mesías y, al mismo tiempo, su compasión por la gente. Ese gesto prodigioso no sólo permanece como uno de los grandes signos de la vida pública de Jesús, sino que anticipa lo que será después, al final, el memorial de su sacrificio, es decir, la Eucaristía, sacramento de su Cuerpo, y de su Sangre donados para la salvación del mundo.

La Eucaristía es la síntesis de toda la existencia de Jesús, que fue un solo acto de amor al Padre y a sus hermanos. Allí también, como en el milagro de la multiplicación de los panes, Jesús tomó el pan en sus manos, elevó al Padre la oración de bendición, partió el pan y se lo dio a sus discípulos; y lo mismo hizo con el cáliz de vino. Pero en ese momento, en la víspera de su Pasión, quiso dejar en ese gesto del Testamento de la nueva y eterna Alianza, memorial perpetuo de su Pascua de la muerte, y resurrección.

La fiesta del Corpus Christi nos invita cada año a renovar nuestro asombro y la alegría ante este maravilloso don del Señor, que es la Eucaristía. Recibámoslo con gratitud, no de la manera. pasiva, habitual, no tenemos que acostumbrarnos a la Eucaristía y comunicarnos con costumbres, tenemos que renovar verdaderamente nuestro “amén” al Cuerpo de Cristo, cuando el sacerdote nos dice, el Cuerpo de Cristo, nosotros decimos “amén”, nos tiene que venir del corazón, es Jesús que nos ha salvado, es Jesús que viene a darme la fuerza, es Jesús vivo, pero no nos acostumbremos, cada vez como si fuera la Primera Comunión.

Una expresión de la fe eucarística del pueblo santo de Dios, son las procesiones con el Santísimo Sacramento, que en esta solemnidad tiene lugar en todas partes en la Iglesia Católica.

Esta noche, en el barrio romano de Casal Bertone, yo también celebraré la Misa, a la que seguirá la procesión. Invito a todos a participar, incluso espiritualmente, por radio y televisión.

Que la Virgen nos ayude a seguir con fe y amor a Jesús, a quien adoramos en la Eucaristía.

 


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