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Publicado en EL COMERCIO, domingo 13 de septiembre 2009

 

Si seguimos ignorando incluso su ubicación en el mapa seguiremos tiñendo de rojo la selva y asistiendo a funerales...

 

Por Milagros Aguirre

Confundir. Crear cortinas de humo. Distraer. En eso, las autoridades son expertas. Lo demostraron en el foro en Flacso a propósito de los muertos lanceados en una zona colona de la Amazonia.

Se empeñan en hablar de supuestos planes de contacto forzado y hacer retórica basada en supuestos antropológicos y buenas intenciones. A lo que no responden es a la situación de Marcos Duche, que perdió a tres miembros de su familia; a la presencia de la petrolera; a las consecuencias de la sísmica en ese territorio; al código de conducta firmado por las petroleras.

Es más sencillo satanizar la presencia misionera en la zona que desde hace 30 años ha documentado la situación de los pueblos aislados y las acciones u omisiones del Estado. Pero ni una palabra sobre cómo evitar los contactos violentos que hemos visto al menos desde 2003. Contactos violentos que han dejado varias muertes.

Hasta hoy no se ha detenido a ningún maderero ilegal (salvo a ocho motosierristas peruanos a los que se llevó a la cárcel de Archidona sin un centavo ni para una llamada telefónica); no se ha visto ninguna acción frente a los grandes comerciantes de madera o a los jefes de dichas mafias; no se controlan las expediciones de inquietos waorani en busca de sus vecinos; no se le exige cuentas a la petrolera.

Nos empeñamos en decir que están voluntariamente aislados cuando los vemos cada vez más cerca -y cercados por todo lado- de esas peligrosas fronteras que les aterrorizan pero también les atraen. Basta ver las lanzas, cuyos adornos ahora son nuestros desechos… Seguro es más fácil con hacha que con piedra, con nailon que con chambira, porque hablamos de personas, seres humanos, no guacamayos. Quedan tres escenarios: seguir ocultando la presencia de estos pueblos hasta que desaparezcan, ¡pues los van a liquidar!; sacar a todo el mundo de ahí, incluidos colonos, campesinos, petroleras, militares e incluso al pueblo huaorani; o trabajar en el conocimiento, investigando su ubicación, siguiendo sus movimientos, controlando la presencia de quienes representen una amenaza para ellos y dando señales de paz para que, poco a poco, dejen las lanzas, que en buena ley son signo de guerra, y tengan libre albedrío para circular seguros por su territorio sin miedo a balas perdidas, asaltos a sus casas, estruendosos helicópteros, generadores y motosierras.

Le corresponde al Estado decidir. Si seguimos ignorando incluso su ubicación en el mapa seguiremos tiñendo de rojo la selva y asistiendo a funerales de los que el Estado no se hace responsable. Y a foros para discutir el destino y derechos de las personas que ocultamos y que decimos “proteger”.


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