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MENSAJE

PARA LA VIDA CONSAGRADA ECUATORIANA

Quito, 02 de febrero de 2021

Introducción

Con la fiesta de la Presentación del Señor, somos convocados a agradecer el don de la vocación a la Vida Consagrada en los diferentes carismas que el Espíritu ha regalado a la Iglesia, a través de nuestros fundadores-as.

El evangelio de esta fiesta nos relata que “… de acuerdo con la ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén para presentárselo al Señor… ofrecieron el sacrificio que manda la ley: un par de tórtolas o dos pichones”. Como creyentes, José y María, presentan a su hijo en el templo, ofrecen su vida e historia, lo que es y lo que será. La “ofrenda” es una dimensión constitutiva de las-os consagradas-os que actualizamos todos los días. Una ofrenda a Dios y a los hermanos. Cada uno en libertad, acogemos el llamado, nos donamos completamente a Dios, aceptamos que sea Él quien talle cada día su obra en nosotros y a la vez comprometemos la entrega de nuestra vida, de lo que somos y hacemos, según nuestros carismas, a los hermanos a quienes encontramos en el desempeño de la misión.

Iluminados por el Espíritu, Simeón y Ana reconocen en el Niño, al Mesías, portador de la salvación de Dios que esperaba el pueblo de Israel. Como ellos, dejémonos guiar por el Espíritu, que nos lleva a transformar cada momento de nuestra existencia en un gozoso himno de adoración y de alabanza al Padre, nos conduce al encuentro de Jesús en los hermanos, en las diferentes situaciones de la realidad y nos hace anunciadores de su Buena Noticia.

Una realidad que nos invita a la generatividad

La situación sin precedentes que afrontamos, a causa de la pandemia, del clima electoral y de tantos otros factores de la realidad nos ha conducido a reflexionar, a replantear nuestra identidad de consagradas-os y del modo de estar en el mundo; nos ha permitido tocar nuestros miedos y aprender a canalizarlos; nos ha llevado a descubrirnos frágiles, necesitados, a buscar acuerdos cotidianos, domésticos y comunitarios. Ha permitido darnos cuenta de lo que somos capaces de hacer por ayudar a otras personas cuando tocamos de cerca su realidad de dolor, hambre, pobreza, soledad; cuando escuchamos de manera empática, defendemos la vida y el respeto de su dignidad; cuando asumimos a conciencia y con responsabilidad la elección de quienes procuran caminos de humanización.

Precisamente en esta hora de crisis, las palabras de Isaías resuenan en nosotros como una nueva luz: “Mira que realizo algo nuevo, ya está brotando, ¿no lo notas? Abriré un camino por el desierto, ríos en el yermo” (Is. 43,19) Es la palabra que ilumina la existencia, que abre las puertas a la esperanza e ilumina la fe para asumir con valor y creatividad, el cambio profundo que se está gestando. Solo quienes se acogen a la acción del Espíritu en su vida, como Simeón y Ana, son capaces de descubrir los nuevos signos del Reino, la presencia de Jesús, que da sentido a la vida “…mis ojos han visto a tu salvación, la que has dispuesto ante todos los pueblos como luz para iluminar a los gentiles y como gloria de tu pueblo Israel”.

Solo desde la apertura al Espíritu que “hace nuevas todas las cosas” (Apoc. 21,5) y del encuentro profundo con Jesús, podemos repensar el futuro, generar una nueva forma de situarnos en el mundo y asumir desde la opción carismática, un nuevo estilo de vida que se preocupe por el cuidado de los hermanos, sobre todo de los más vulnerables y de la casa común. Una Vida Consagrada fecunda, desbordante de vida, porque como consagradas- os no renunciamos ni a la maternidad, ni a la paternidad, más bien hemos optado por el proyecto de Jesús, que ha venido para que tengamos vida y vida en abundancia (Cfr. Jn. 10,10). Con él y desde él queremos dar vida, conscientes de que la vida que damos lleva siempre algo de nosotros, pero también de otros. Consagradas-os fecundos de la vida nueva que el mundo necesita para responder de manera crítica, responsable y por tanto profética, a los desafíos de la realidad en que vivimos.

La fecundidad o generatividad exige cultivar una espiritualidad profunda que nos ayude a despertar del letargo de nuestras seguridades personales, comunitarias, institucionales y amplíe nuestra conciencia de quienes somos y qué es lo que vivimos. Nos integre y unifique. Y es entonces, cuando la ofrenda de la vida, vivida desde la confianza y el abandono, en Aquel que es fiel (cfr 1Tes 5,24), tiene un efecto insospechado de anuncio y profecía.

La generatividad es una forma de llamar a la vida, porque “lo que está vivo da fruto, genera vida y se transforma” (Goethe).

Es una fuerza dinámica que nos lleva más allá de nosotros mismos y nos mueve a hacer lo que no creíamos ser capaces, se la vive en las relaciones de proximidad y en el cuidado de los otros, nos ayuda a redescubrir la vocación de ser fecundos, colaboradores del sueño de Dios en la búsqueda del bien común, desde la óptica de los más pobres.

El futuro que nos espera no es algo determinado, lo construimos con la contribución de todos. En efecto, la generatividad no es solo personal, es también un elemento que implica la comunidad, la institución y la Iglesia misma. Lo que vivimos hoy es el resultado de las opciones que hemos hecho en el pasado, de ahí la importancia de elegir y elegir bien, a la luz del Espíritu de Jesús, luz del mundo, porque de las opciones de hoy, depende el mañana. Un discernimiento hecho desde la profundidad del encuentro con el Señor y desde el silencio que se hace escucha activa. Tenemos la enorme responsabilidad de re-imaginar nuestra Vida Consagrada, a fin de que sea profecía del Reino, testimonio de esperanza, en esta realidad que se vuelve escuela de vida, posibilidad, oportunidad.

Para ello, necesitamos peregrinar el camino que va de la vivencia de la oración como simple cumplimiento, a la experiencia de la oración como dinamismo vital de una historia de amor y amistad que impulsa a la donación total; del vivir juntos, a veces sin conocernos, a la experiencia de una verdadera fraternidad; de un cierto activismo y búsqueda de protagonismo en la misión, al reconocimiento humilde de ser siervos inútiles que hacemos lo que nos ha sido confiado. Este camino de comunicación profunda con el Señor nos vuelve discípulos y misioneros eficaces y creíbles, generadores de esperanza, en lo cotidiano de nuestra vida comunitaria y en la misión.

Reflexionemos juntos:

  1. ¿Vemos la generatividad/fecundidad como un camino para re-imaginar nuestra Vida Consagrada hoy?
  2. ¿Qué pasos concretos estamos dando o podemos dar?

 

Que custodiados por José y María y a la luz de Jesús, palabra y pan, presente en el hoy de la historia, seamos generadores de vida nueva que “diga algo” al mundo de hoy; valientes y tenaces para superar las dificultades; ingeniosos y creativos para inventar nuevas formas de expresar la solidaridad, y ser parábola de fraternidad en un mundo herido, a la manera de nuestros fundadores-as.

Fraternalmente,

Junta Directiva CER NACIONAL – Conferencia Ecuatoriana de Religiosas/os

 

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