HOMILÍA EN LA MISA CRISMAL DEL VICARIATO
LLEVEMOS LA UNCIÓN DE DIOS
A LOS POBRES DE NUESTRO VICARIATO
Coca, 26 de marzo de 2018
Queridas hermanas y hermanos misioneros que formamos este Vicariato: Paz y Bien
Siento mucha alegría de celebrar junto a ustedes la primera Misa Crismal como Vicario Apostólico de Aguarico. Mi saludo para todas y todos con afecto, en primer lugar a mis hermanos sacerdotes, quienes en esta Eucaristía Crismal, recordamos el día de nuestra ordenación presbiteral, cuando el Obispo ungió nuestras manos con el Santo Crisma, consagrándonos así como Sacerdotes: hombres de Dios para su pueblo, es decir, Dios te dice de manera personal: como sacerdote ya no te perteneces, eres un hombre consagrado a Dios para su pueblo, para su gente.
Esta invitación es también para todos nosotros que al ser invitados a trabajar en esta porción del Señor llamada: Vicariato Apostólico de Aguarico, hemos quedado ungidas y ungidos con el óleo de Cristo, ya sea en nuestra vocación de consagrados, consagradas y laicos. Todos tenemos una vocación específica que la hemos recibido de la llamada del Señor a cada uno de manera personal cuando un día nos dijo: ¡Ven y Sígueme!. Esa llamada sigue resonando todos los días en nuestro corazón para recordarnos a cada uno que esta llamada no nos encierra en nosotros mismos, en nuestras casas o conventos, sino que no envía a Anunciar la Buena Nueva a los pobres.
En el Vicariato hay realidades de mucho gozo que nos invitan a alabar al Señor, pero hay también muchas realidades de muerte, que tienen a muchas personas, familias y comunidades sumidas en un sufrimiento sin salida, sin poder dar el paso a la luz del Resucitado. La unción que hemos recibido del Señor como misioneras y misioneros de Dios nos envía a personas concretas con nombres y apellidos para ayudarlas a curar, liberar, sanar, acompañar, anunciar, denunciar y anunciarles la Buena Nueva y la Alegría del Evangelio, porque no promovemos un programa solo social ni anunciamos a un Jesús muerto sino a Cristo, que está vivo en medio de nosotros y en nuestras comunidades, llenándonos de esperanza y asegurándonos de que el sufrimiento, la injusticia, la corrupción y la muerte que nos rodean con frecuencia, no tienen la última palabra, porque esta palabra definitiva sólo la tiene Cristo Vivo y Resucitado, que venció todo dolor y sufrimiento.
Estos días de Semana Santa vamos a evangelizar, predicar y acompañar de manera más intensa en nuestras comunidades. Que lo hagamos llevando la unción que Cristo un día nos regaló para transmitirla con palabras o con gestos a los más necesitados de los lugares donde vamos a ir estos días.
Voy a terminar este mensaje citando al Papa Francisco, este profeta que Dios nos ha regalado para abrir caminos nuevos en nuestro tiempo:
“El Señor lo dirá claramente: su unción es para los pobres, para los cautivos, para los enfermos, para los que están tristes y solos. La unción, queridos hermanos, no es para perfumarnos a nosotros mismos, ni mucho menos para que la guardemos en un frasco, ya que se pondría rancio el aceite... y amargo el corazón.
Al buen sacerdote se lo reconoce por cómo anda ungido su pueblo; esta es una prueba clara. Cuando la gente nuestra anda ungida con óleo de alegría se le nota: por ejemplo, cuando sale de la misa con cara de haber recibido una buena noticia. Nuestra gente agradece el evangelio predicado con unción, agradece cuando el evangelio que predicamos llega a su vida cotidiana, cuando baja como el óleo de Aarón hasta los bordes de la realidad, cuando ilumina las situaciones límites, «las periferias» donde el pueblo fiel está más expuesto a la invasión de los que quieren saquear su fe. Nos lo agradece porque siente que hemos rezado con las cosas de su vida cotidiana, con sus penas y alegrías, con sus angustias y sus esperanzas. Y cuando siente que el perfume del Ungido, de Cristo, llega a través nuestro, se anima a confiarnos todo lo que quieren que le llegue al Señor: «Rece por mí, padre, que tengo este problema...». «Bendígame, padre», y «rece por mí» son la señal de que la unción llegó…Cuando estamos en esta relación con Dios y con su Pueblo, y la gracia pasa a través de nosotros, somos sacerdotes, mediadores entre Dios y los hombres…
Así hay que salir a experimentar nuestra unción, su poder y su eficacia redentora: en las «periferias» donde hay sufrimiento, hay sangre derramada, ceguera que desea ver, donde hay cautivos de tantos malos patrones….
El sacerdote que sale poco de sí, que unge poco – no digo «nada» porque, gracias a Dios, la gente nos roba la unción – se pierde lo mejor de nuestro pueblo, eso que es capaz de activar lo más hondo de su corazón presbiteral. El que no sale de sí, en vez de mediador, se va convirtiendo poco a poco en intermediario, en gestor….De aquí proviene precisamente la insatisfacción de algunos, que terminan tristes, sacerdotes tristes, y convertidos en una especie de coleccionistas de antigüedades o bien de novedades, en vez de ser pastores con «olor a oveja» –esto os pido: sed pastores con «olor a oveja», que eso se note–; en vez de ser pastores en medio del propio rebaño, y pescadores de hombres….Es bueno que la realidad misma nos lleve a ir allí donde lo que somos por gracia se muestra claramente como pura gracia, en ese mar del mundo actual donde sólo vale la unción – y no la función – y resultan fecundas las redes echadas únicamente en el nombre de Aquél de quien nos hemos fiado: Jesús”.
Nuestro Vicariato está lleno de unción, de la unción de Cristo, compartida en nosotros. Que salgamos por los caminos de nuestra tierra, regada con la unción de la sangre derramada de nuestros mártires Alejandro e Inés y anunciemos el Misterio de un Dios muerto y resucitado que vive en medio de nosotros regalando unción y salvación a todos.
Hno. Adalberto Jiménez Mendoza: OFMCap.
Vicario Apostólico de Aguarico.